Esta
semana ha finalizado el ciclo teatral “El Bululú” organizado por el Teatro
pamplonés Gayarre. Tras dos obras muy notables salimos del recinto, por
desgracia, algo decepcionados con el resultado de la tercera. “Solitude, el
hombre que quiso reinar” es un monólogo cómico de clown que pretende entrar en
el mundo oscuro del poder, aquél que genera guerras, imaginarias o reales, y
que al fin no permite ser a cada uno lo que realmente se es, dejándonos a la
intemperie, solos.
Fue
el estreno de la función, y la primera vez para su protagonista, Patxi Larrea,
en presentar un espectáculo íntegro de clown. A pesar de ello, se nota que
lleva tiempo trabajando el tema y es evidente que posee garra escénica.
El
problema del clown es que no es una tontería, aunque lo parezca. No consiste en
hacer el payaso, sino en serlo, y ahí reside la dificultad de esta dificilísima
técnica. El juego, la interacción con el público y el humor son elementos
esenciales, pero sin transmitir verdad no existe el personaje. Ni éste ni
ninguno. Nunca debe parecer que el intérprete intenta arrancarnos la carcajada
de cualquier modo posible.
La
técnica clown se basa en una destreza física amplia y un trabajo interior muy
profundo, pero sobre todo conseguir una complicidad especial con el espectador.
El problema con “Solitude” es que si la complicidad con el público pamplonés
(nos permitiremos el expandirlo al público español en general) sólo puede
lograrse a través de un humor tan obsceno y escatológico, deja mucho que desear
del espectador de a pie. Lógicamente, estamos convencidos de que a un ciudadano
de a pie le persiguen pensamientos bastante más profundos que éstos.
Por
supuesto que una pizca de ese humor no daña a nadie. Es simpático parte del
pasaje con la silla (la escena completa acaba cansando), cuando el protagonista
accidentalmente acaba clavándose una punta en el trasero. Sin embargo, la
escena posterior en la que, supuestamente, hace el amor con la silla, resulta bastante
chabacana pasados unos minutos.
Lo
que, como espectadores, consideramos un tremendo error a la hora de preparar el
montaje es que éste (el montaje) nunca debe adaptarse al lucimiento del actor. Ha
de ser el protagonista quien adapte sus habilidades al servicio del texto, y
más aún en el clown. No con ello queremos comulgar con que ningún escrito se
modifique, pues es precisamente eso lo que da riqueza y distinción a diferentes
montajes de una misma obra, sino que cuando el relato pierde importancia para
dejar paso a la buena, o mala, representación del actor, es que algo no va
bien.
Por
supuesto, no todo es malo. El clown se caracteriza por una destreza física
importante, y al actor se le nota tremendamente suelto en el escenario. Posee además
una vis cómica muy notable, que ya pudimos observar en “La importancia de
llamarse Ernesto” (crítica en este blog, hace un par de meses), y también es
algo a tener en cuenta. Esto hizo que la función no se nos hiciera
especialmente larga (y eso que casi hora y media para un único actor tiene
tela), pero la propia historia, la forma en que se nos contó y en que se
interpretó el personaje nos parecen, por desgracia, bastante mejorables.
Nota:
1,5/5
“Solitude,
el hombre que quiso reinar”, de Patxi Larrea. Intérprete: Patxi Larrea.
Dirección: Emi Ekay. Duración: 85 minutos.
Teatro
Gayarre, 7 de mayo de 2012.
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