martes, 8 de mayo de 2012

Solitude, el hombre que quiso reinar (Ciclo "El Bululú")


 Esta semana ha finalizado el ciclo teatral “El Bululú” organizado por el Teatro pamplonés Gayarre. Tras dos obras muy notables salimos del recinto, por desgracia, algo decepcionados con el resultado de la tercera. “Solitude, el hombre que quiso reinar” es un monólogo cómico de clown que pretende entrar en el mundo oscuro del poder, aquél que genera guerras, imaginarias o reales, y que al fin no permite ser a cada uno lo que realmente se es, dejándonos a la intemperie, solos.

Fue el estreno de la función, y la primera vez para su protagonista, Patxi Larrea, en presentar un espectáculo íntegro de clown. A pesar de ello, se nota que lleva tiempo trabajando el tema y es evidente que posee garra escénica.

El problema del clown es que no es una tontería, aunque lo parezca. No consiste en hacer el payaso, sino en serlo, y ahí reside la dificultad de esta dificilísima técnica. El juego, la interacción con el público y el humor son elementos esenciales, pero sin transmitir verdad no existe el personaje. Ni éste ni ninguno. Nunca debe parecer que el intérprete intenta arrancarnos la carcajada de cualquier modo posible.

La técnica clown se basa en una destreza física amplia y un trabajo interior muy profundo, pero sobre todo conseguir una complicidad especial con el espectador. El problema con “Solitude” es que si la complicidad con el público pamplonés (nos permitiremos el expandirlo al público español en general) sólo puede lograrse a través de un humor tan obsceno y escatológico, deja mucho que desear del espectador de a pie. Lógicamente, estamos convencidos de que a un ciudadano de a pie le persiguen pensamientos bastante más profundos que éstos.

Por supuesto que una pizca de ese humor no daña a nadie. Es simpático parte del pasaje con la silla (la escena completa acaba cansando), cuando el protagonista accidentalmente acaba clavándose una punta en el trasero. Sin embargo, la escena posterior en la que, supuestamente, hace el amor con la silla, resulta bastante chabacana pasados unos minutos.

Lo que, como espectadores, consideramos un tremendo error a la hora de preparar el montaje es que éste (el montaje) nunca debe adaptarse al lucimiento del actor. Ha de ser el protagonista quien adapte sus habilidades al servicio del texto, y más aún en el clown. No con ello queremos comulgar con que ningún escrito se modifique, pues es precisamente eso lo que da riqueza y distinción a diferentes montajes de una misma obra, sino que cuando el relato pierde importancia para dejar paso a la buena, o mala, representación del actor, es que algo no va bien.

Por supuesto, no todo es malo. El clown se caracteriza por una destreza física importante, y al actor se le nota tremendamente suelto en el escenario. Posee además una vis cómica muy notable, que ya pudimos observar en “La importancia de llamarse Ernesto” (crítica en este blog, hace un par de meses), y también es algo a tener en cuenta. Esto hizo que la función no se nos hiciera especialmente larga (y eso que casi hora y media para un único actor tiene tela), pero la propia historia, la forma en que se nos contó y en que se interpretó el personaje nos parecen, por desgracia, bastante mejorables.

Nota: 1,5/5
“Solitude, el hombre que quiso reinar”, de Patxi Larrea. Intérprete: Patxi Larrea. Dirección: Emi Ekay. Duración: 85 minutos.
Teatro Gayarre, 7 de mayo de 2012.

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