jueves, 31 de mayo de 2012

Fingir


“Fingir” pretende ser una ironía sobre la propia acción de representar. Es la reconstrucción de diferentes espacios que no existen. No existe escenografía, es un espacio en blanco que va transformándose conforme las palabras cobran sentido.

Parece complicado, y lo es. La mentira, la realidad, lo verdadero, lo irreal, son algunos de los conceptos que más preocupan a los actores y directores de escena, y con razón. Colectivo 96º trata de que lo que sucede en el momento sea verdadero. Se pretende dejar en evidencia la convención de que el teatro es una mentira; hacerlo de un modo tan desnudo que no pueda quedar más claro que el teatro es “un lugar privilegiado en el que mentir es lo natural”.

“Fingir” parece celebrar el décimo aniversario de la compañía. Se trata de una compañía formada por dos actores, Lidia González Zoilo y David Franch, dos notables actores (quizá algo mejor la primera que el segundo, al menos en este montaje en el que el diálogo cobra bastante importancia) que hacen que no nos creamos absolutamente nada, sin ser esto algo peyorativo.

Ni siquiera una vez que hemos salido del patio de butacas, una vez que el público ha aplaudido (perdón, dos veces) y los actores no han salido a saludar por seguir con aquello de que la obra es una mentira, un ensayo, acabamos de creer que la pantalla que muestra a los intérpretes tatuándose figuras por el cuerpo sea algo real. Durante la función vemos que los actores muestran tatuajes, las mismas imágenes que luego vemos en pantalla, pero no hay quien nos demuestre que son ellos los mismos que están siendo tatuados en ese momento enmarcado.

Cuánta razón tiene Marcos Ordóñez sobre esta obra: “Alegría por contar, por interpretar. Alegría y vitalidad, a diferencia de esa presunta vanguardia teatral ceñuda, cuyos oficiantes se toman tan en serio a sí mismos y tan poco a su obra”. Por cierto, aprovechamos para recomendar su sobresaliente libro, “Telón de fondo”, a todos los interesados en el mundo del teatro. De lo mejor que hemos podido encontrar.

Es una obra con mucha vitalidad, en la que el público es parte esencial de la función, sin realmente serlo, así como los besos en escena y las luchas de cuerpo a cuerpo. Todo es fingido, y todo es real. Un fallo evidente quizá sea la escasa duración de la pieza, de apenas cuarenta y cinco minutos, para lo dinámica que es.

Por otra parte, también se trata de un montaje que puede resultar extraño e ininteligible al espectador de a pie, sobre todo a aquél no acostumbrado a ver teatro. Conforme más obras se van viendo, más sentido cobra ésta; más entiendes sus preocupaciones, sus críticas y sus demandas a la escena teatral actual.

Nota: 3.5/5
“Fingir”, de Colectivo 96º. Reparto: Lidia González Zoilo y David Franch. Dirección: Colectivo 96º. Duración: 50 minutos.
Teatro Gayarre, 29 de mayo de 2012.

martes, 29 de mayo de 2012

Un extraño encuentro


Es una maravilla poder disfrutar de vez en cuando, y más si sucede sin esperarlo, de una comedia de calidad, de las de antes, de ésas tras las que sales del teatro con buen sabor de boca y satisfecho de haber pagado la entrada. Algo así sucede al ver “Un extraño encuentro”, o “David y Eduardo” (se ha representado el mismo montaje con ambos nombres; el primero en gira, y el segundo afincado en el Lara de Madrid).

Se trata de una gran comedia de Lionel Goldstein que habla de David, un acomodado judío, que acaba de perder a su esposa. En el funeral, aparece un extraño, Eduardo, un interesante tipo de más o menos la misma edad que David, que también viene a despedirse de la misma mujer. Es lógico que entre ambos desconocidos surgirá una gran batería de preguntas que irán resolviéndose tras una cita en Central Park, y a través de escenas divertidas y emocionantes iremos descubriendo la vida, interesante y llena de peripecias, de un trío nada común.

Los protagonistas se vuelven enemigos por momentos, y confidentes o colegas en otros. Se admiran, sorprenden, entienden, reprochan, cuestionan, odian, e incluso dejan espacio para el afecto.

La crítica ha dicho: "Un delicioso encuentro", "degustación exquisita de puro teatro", "un duelo de caballeros", "una comedia como las de antes", "dos actores de raza sobre las tablas"… Definitivamente, estamos junto con “Venecia bajo la nieve” y “Tócala otra vez, Sam” ante una de las mejores comedias de la temporada (por suerte pudimos ver la última representación de su gira, aunque desconocemos si se repondrá). Esto es así porque no se basa en tacos, insultos, sexo o morbo para generar el acercamiento y la conexión con el público, sino que bastándose con su inteligente texto y unas insuperables interpretaciones se genera en los espectadores una sonrisa prácticamente continua durante toda la función.

Es una prueba del “menos es más”. Con sólo dos actores en el escenario (perdón, dos actorazos, Fernando Conde y Juan Gea), y una escenografía que casi cabe en el maletero de un coche, es poco lo que vemos en el escenario si lo comparamos con el resultado final que se ofrece. Sobre las tablas, sólo un banco, tres sillas, una mesa y una cesta de mimbre.

Como decimos, tal calidad no sería posible si en escena no estuvieran estos dos monstruos. Fernando Conde (ex del grupo Martes y Trece), compone un David sumamente entrañable y reconocible por todos. Se trata de un personaje conservador, atado al pasado, que irá transformando su mentalidad conforme se sucedan los encuentros con Eduardo. Conde se come el escenario sin problemas, mostrando un entendimiento con el público como pocas veces hemos visto. Que un actor haga comedia y resulte gracioso sin siquiera quererlo (o al menos que eso parezca) es de admirar.

Juan Gea, otro asiduo de las tablas españolas y pronto en “My fair lady”, junto a Paloma San Basilio, destaca principalmente por su voz (ambos tienen dicciones insuperables), ya que tiene quizá un papel menos lucido que su “contrincante”. Puede resultar algo exagerado en algunas escenas, pero por lo general su personaje es más que creíble. Salvando esto, además de algún evidente pero muy bien salvado despiste de guión por parte de ambos, se trata de una velada, sin duda, para recordar.

Por cierto, es de nuevo una pena que programando el calagurritano Teatro Ideal una obra profesional de tanta calidad, y a un precio tan barato, la taquilla no vendiera más de sesenta entradas. Más anunciada no pudo estar. Somos así…

Nota: 4/5
“David y Eduardo” o “Un extraño encuentro”, de Lionel Goldstein. Reparto: Fernando Conde y Juan Gea. Dirección: Ángel Fernández Montesinos. Duración: 100 minutos.
Teatro Ideal, 26 de mayo de 2012.

viernes, 25 de mayo de 2012

Llueve en Barcelona



 Somos de la opinión de que aunque los montajes teatrales pierden mucho si no se disfrutan en directo, deberían comercializarse en vídeo para quien no hubiera tenido la oportunidad de verlos en su momento. Es una pena que se pierdan con el tiempo, aunque por otra parte, que el teatro sea un arte tan efímero también lo embellece.

Hemos podido rescatar “Llueve en Barcelona”, la producción del Centro Dramático Nacional, de la temporada de 2008/2009 protagonizada por la joven María Valverde, Toni Cantó y Víctor Clavijo. La crítica se portó muy bien con este texto de Pau Miró, aunque a nosotros nos dejara algo fríos, y nos pareciera algo incompleto.

Es una función de personajes al límite. En concreto, se trata de una prostituta, su “chulo” y un cliente (cuya esposa atraviesa una enfermedad terminal) que requiere los servicios de la chica para encontrar consuelo y algún resquicio de la compañía perdida e irrecuperable. Son personas sin esperanza, a las que no les puede ir peor, pero que por fin encuentran ese halo de luz que tanto ansiaban, o algo así…

Mediante escenas cortas, se desgranan las fragilidades de este trío indefenso, habitantes de un mundo consumista, hueco y deshumanizado. Estas inseguridades, para nuestro gusto, están tremendamente desaprovechadas, para lo bien elegidas que están las tres personalidades. Los abundantes silencios y miradas que se utilizan, demasiados, deberían sustituirse por claras confesiones de los protagonistas, desnudándolos emocionalmente en un tour de force interpretativo que queda muy descafeinado.

Los tres actores comprenden, si es posible, los infiernos de sus personajes, pero no los vemos bien construidos al completo. Lali (María Valverde) compone una joven tierna, ingenua, con ganas de aprender. Esas son las características de su personaje, y se aprecian. Lo que sobra son los saltos, los gritos, el correr de aquí para allá para coger cualquier objeto, pues resta credibilidad a su interpretación. Se trata de una prostituta, no de una niña de diez años.

Carlos (Víctor Clavijo) también muestra los celos que requiere su papel, sus miedos ante lo desconocido de la vida, su fragilidad oculta bajo la fiera externa. Falla tanto grito en las discusiones con la chica, pues aunque aumentan positivamente la tensión en algunas escenas, provocan también, sin quererlo, que otras no luzcan lo que deberían.

Quizá el más acertado sea David (Toni Cantó), sin que nos haya parecido nunca un actor que interiorice demasiado sus personajes. Es un personaje basado en la contención, en no querer mostrar su angustia e impotencia por la enfermedad de su esposa ante nadie, en querer encontrar consuelo “educando” a una niña sin oportunidades.

El final no puede ser más amargo, con ese personaje que hasta entonces veíamos honesto e incluso esperanzador para Lali, mostrándose como un monstruo más, dejándose dominar por el poder del lucro y de la posesión, tanto moral como física, lo que tiñe el final de la obra de un pesimismo atroz, sin posibilidad a la esperanza. Es un triste planteamiento, distinto al que acostumbramos, pero totalmente aceptable, faltaba más. Aquí está bien construido, aunque en conjunto quizá le falte algo de metraje al montaje de forma que puedan explicarse mejor las situaciones y se interiorice en mayor medida en el mundo de los personajes, que seguro acabarían dando mucho más juego del que tristemente dan.

Nota: 2,5/5
“Llueve en Barcelona”, de Pau Miró. Reparto: María Valverde, Víctor Clavijo, Toni Cantó. Dirección: Francisco Saponaro. Duración: 70 minutos.

martes, 22 de mayo de 2012

Juicio a una zorra


“Yo sólo tomé una decisión: la de amar a un hombre por encima de todas las cosas”. Es la confesión de Helena de Troya, interpretada por Carmen Machi, en el monólogo “Juicio a una zorra”, que pudo verse anoche en el Teatro Gayarre como atractivo principal del Festival Otras Miradas, Otras Escenas.

Helena de Troya, la mujer más vilipendiada de la historia, según entendidos, se desfoga contando su historia, lo que realmente pasó, opuesto a aquello que cuentan “los que la escriben esa historia, sean quienes sean”. Habla de sus relaciones amorosas, carnales, familiares, sociales, sus decisiones, temores y miedos, y las impensables consecuencias de sus actos.

La mujer reclama el olvido, demanda el silencio, el no ser, de una vez por todas. Condenada a una eternidad de fealdad, nos cuenta las verdaderas historias de Agamenón, Aquiles, Afrodita, su amado Paris, y muchos más, en un texto complicado de interpretar. Complicado por la enorme cantidad de datos histórico-ficticios que encierra, pero por suerte respira de vez en cuando para soltar frases tremendamente cómicas, deslenguadas e incluso obscenas.

Es precisamente esto, el alternar pasajes tan elegantemente escritos con tantos otros rozando lo soez, lo que hace que el texto pierda un tanto de cohesión. Es muy de extremos. Entra en terrenos muy movedizos y propiamente internos e incompartibles del ser humano como el odio o el amor que siente la protagonista por los demás, al tiempo que insulta de malas maneras a personajes conocidos por todos o cuenta cómo fue violada con todo lujo de detalles.

Suponemos que es un modo de hacer el personaje más cercano y accesible al espectador, de modo que le resulte atractivo partiendo de la base de que hablamos de una leyenda que data de algún que otro siglo atrás al nacimiento de Cristo. También el llevar a Helena de Troya a ser una borracha, alguien condenado a ser feo y a envejecer el resto de su inmortal existencia, y el presentárnosla vestida de forma tan llamativa, nos obliga en parte a no creernos al personaje al cien por cien. Acabamos inevitablemente viendo a Carmen Machi interpretando a Helena de Troya, y no a Helena directamente.

No es culpa de Carmen, probablemente en uno de sus trabajos más bellos e intensos de interpretar, el de devolver la dignidad a una mujer maltratada por la historia. Tampoco el hecho de que en ocasiones el sonido de fondo, con truenos, opaque la voz de la actriz. Ella realiza una creación magistral, en la que se maltrata psicológicamente “recordando” la vida de un mito y lo que otros consideraron sus pecados en un proceso interno muy doloroso, tal y como la Machi ha confesado en más de una ocasión. Para el espectador atento, ver el proceso mediante el cual va emborrachándose a lo largo de la función es muy atractivo.

Le van los retos a esta fantástica actriz, ganadora en menos de un mes del premio Max por “Falstaff” y el Valle-Inclán por este “Juicio a una zorra”. También es muy dada a textos complicados, pero es muy inteligente a la hora de saber por dónde llevarlos para que al espectador no le resulten remotamente lejanos. La empatía que muestra con el público, tanto en comedia como en drama, es espectacular. Y además, sabe rodearse de excelentes figuras como Miguel del Arco, en este caso, que le conduce por el camino adecuado.

Del Arco, joven autor, director y actor con respaldada experiencia y más que prometedor futuro, es actualmente el número uno en materia de dirección teatral en España. Tras las multipremiadas “Veraneantes”, “La función por hacer”, con “El inspector” y “De ratones y hombres” en cartel, y tras la joya “La violación de Lucrecia”, esperamos algún premio menos para este “Juicio a una zorra”, pero desde luego lo vemos como uno de los montajes del año, gracias, por encima de todo, a su actriz protagonista.

Como curiosidad y para interesados, Carmen nos confirmó a la salida del teatro que, debido a la dificultad de reunir a todo el reparto, y a lo complicado del montaje y escenografía, es casi imposible que vuelva a reponerse en la próxima temporada lo mejor que hemos visto en la actual: “Agosto (Condado de Osage)” –crítica en este blog-.

Valoración: 3,5/5
“Juicio a una zorra”, de Miguel del Arco. Intérprete: Carmen Machi. Dirección: Miguel del Arco. Duración: 60 minutos.
Teatro Gayarre, 21 de mayo de 2012.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Nuestra clase



Ayer pudimos disfrutar de uno de los eventos teatrales más importantes, según nuestro punto de vista, de la temporada actual. Se trata de la obra “Nuestra clase”, dirigida por Carme Portacelli a partir de un texto del polaco Tadeusz Slobodzianek. Nos referimos al disfrute teatralmente hablando, pues la historia que se nos presenta es una de las más crudas vistas sobre unas tablas.

En 1941, mil seiscientos judíos fueron quemados vivos en un granero de la localidad de Jedwabne, en Polonia. Se culpó en un principio al movimiento nazi, aunque más tarde se descubrió que fueron los propios vecinos polacos y compañeros de las víctimas los autores de la masacre.

La obra cuenta, en primera persona, y de mano de diez estupendos actores (cinco ejercen de polacos y cinco de judíos), la historia real del acontecimiento, cómo empieza todo a partir de una rabieta de críos, y cómo el odio despertado lleva a los hombres a convertirse en bestias y depredadores, los unos contra los otros.

Es el odio (y lo que conlleva) el tema central que extraemos de este fantástico montaje. Nos enseña, a partir de una historia real llevada al extremo, cómo incluso en la vida actual los amigos de toda la vida pueden, de un día para otro y por la razón más ínfima, convertirse en enemigos a muerte. Es eso lo que entendemos nosotros cuando vemos cómo los intérpretes ascienden al escenario desde el patio de butacas. Cualquiera de nosotros podríamos haber vivido esos acontecimientos. No se trata de algo lejano, ni en tiempo ni en lugar, a nuestras vidas diarias.

Supone un gran acierto introducir unas pizcas de humor que destensen momentáneamente la gravedad de lo que se cuenta. Tiene la función escenas antológicas, que hacen al propio espectador sentirse incluso incómodo en ocasiones de extrema intensidad. El momento en que los actores pasan a bailar como poseídos imprime el sentimiento de ser marionetas o juguetes rotos, dominados por un sentimiento, fanatismo o convicción que acaba siendo superior a ellos mismos y consigue finalmente dominarlos.

Por otra parte, el final que muchos recibirían con alegría, no puede resultar más trágico para nosotros. Se trata de la amistad perdida, la que poblaba las mentes de los pequeños personajes, todos amigos de todos, en esa foto que imaginamos, y que debería haber sido la imagen definitoria del transcurso de sus vidas y que finalmente no lo fue.

El espectador no logra moverse de la butaca (al menos nosotros) ante tal despliegue de recursos interpretativos. Ni un solo actor sobresale por encima del otro, y todos realizan un ejercicio espléndido. Todo ello ayuda a que la historia, lo realmente importante, llegue al público de una forma más directa, algo que requiere mucho valor por parte de Portaceli, quien podría haber optado por otros derroteros y decide encarar la historia e imprimirla tal cual.

También es impecablemente eficaz el alto grado de poesía que cubre como un velo la función. Cada gesto, mirada, paso, y un largo etcétera, significan algo, y no hay nada que pueda resultar incomprensible al espectador. Siempre puede obtenerse alguna explicación a todo el simbolismo, aunque sea distinta la versión de cada uno y todas ellas resulten válidas, algo que consideramos una maravilla.

La coreografía, diseñada además por uno de los actores, nos parece también de lo más acertada. La precisión con que se presenta, por otra parte, es espectacular. Esto resultaba de lo más evidente al saltar los actores de las mesas al suelo, completamente al unísono, independientemente de cuántos lo hicieran, lo que requiere un gran estudio y un mayor poder de concentración y entendimiento entre los intérpretes.

Es una lástima que la opinión que mostramos no fuese extensible a la mayoría de los asistentes. Muchos no entendieron que el descanso era tal, y pensaban que se había llegado al final de la obra. Otros directamente optaron por irse.

Estamos acostumbrados a observar una clara y triste línea que define los montajes que logran salir de gira. Suelen ser obras comerciales, sencillas de comprender. No con ello dejan de ser buenas, ni mucho menos, pero sí que han de ser cercanas al espectador. No deben ponérselo difícil. “Nuestra clase” es todo lo contrario, pues hace que se salga del teatro con sentimientos encontrados, te enseña a observar con calma, a entender el silencio, y consigue que la historia te ronde la cabeza días y días. Una maravilla que por nada del mundo se debería perder ningún espectador con ganas de pensar.

Nota: 4,5/5
“Nuestra clase”, de Tadeusz Slobodzianek. Reparto: Jordi Brunet, Ferrán Carvajal, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Isak Ferriz, Gabriela Flores, Carlota Olcina, Albert Pérez, Jordi Rico, Xavier Ripoll. Dirección: Carme Portaceli. Duración: 170 minutos más intermedio.
Teatro Gayarre, 15 de mayo de 2012.

lunes, 14 de mayo de 2012

Lecciones musicoilógicas y otras lecciones (La Trova)


 Es la segunda ocasión en que disfrutamos de un espectáculo del grupo cómico musical La Trova. Con semejanzas a los míticos Golden Apple Quartet, La Trova ha decidido unir sus mejores números a modo de celebración, pues hace ya veinte años que estrenaron su primer espectáculo, “Beltrán el conquistador o la fuerza de ser pelma”.

Se trata de una función entretenida, en la que se alternan nuevos sketches con aquéllos que tantos éxitos proporcionaron a la compañía a lo largo de los años. Genial como siempre ese regalo en forma de “bis” dedicado a los dibujos animados. Simplemente con escuchar la primera frase, el patio de butacas interrumpió a los intérpretes para fundirse en un precioso y merecido aplauso.

Quedando patentes las más que notables capacidades vocales e interpretativas (no tanto instrumentales, quizá) de los cuatro intérpretes, y sabiendo además que son ellos mismos quienes montan íntegro el espectáculo, hemos de admitir que para nosotros fue una función algo menos entretenida que la anterior que pudimos disfrutar, “El reverso del verso”, hace casi cuatro años.

Los números musicales que suelen poner en escena pecan en ocasiones de repetitivos, a nuestro gusto. Creemos que ganaría muchísimo el espectáculo si sacrificaran minutaje de ciertos temas e incluyeran distintas canciones o escenas. Otras, por otra parte, no estaban del todo conseguidas, como puede ser el rap para atraer al público joven, o la ranchera, que quedó también demasiado extensa en duración, algo que inevitablemente, hace que acabe perdiendo gracia. Fue magnífica, eso sí, la sección dedicada al profesorado, alumnos y padres actuales, en comparación con las anteriores generaciones.

Con todo, se trataba de una función especial para el grupo la del pasado viernes, y en cierta medida es perdonable la falta de ritmo en ocasiones del espectáculo en global. Al escenario del Gayarre subieron antiguos integrantes del grupo, nuevos ayudantes, músicos… todos para honrar a La Trova y acompañarles en esta celebración que ya gustaría llevar a cabo a tantas compañías.

Nota: 2,5/5
“Lecciones musicoilógicas y otras lecciones”, de La Trova. Reparto: Javier Horno, Javier San Julián, José Luis González, Manuel Horno. Autor y director artístico: Javier Horno. Música: Máximo Olóriz. Duración: 125 minutos.
Teatro Gayarre, 11 de mayo de 2012.

jueves, 10 de mayo de 2012

El círculo de tierra


¿Por qué nos sentimos identificados con un pedazo de tierra determinado? Quizá sea porque el agua nos sabe mejor o porque el aire nos parece más limpio o porque el paisaje nos resulta más familiar. Sea por lo que sea la balanza siempre se inclina del lado de la tierra. Pero, ¿a quién pertenece la tierra? Es el interesante punto de partida de la obra “El círculo de tierra”, así como del festival anual del Teatro Gayarre “Otras miradas, otras escenas”, que este año se presenta de lo más interesante.

Basada en la obra “El círculo de tiza caucasiano”, del célebre Bertold Brecht, cuenta la historia de una reina que olvida a su hijo recién nacido mientras intenta escapar, debido al trajín por una guerra recién estallada tras el asesinato del rey. La criada, augurando que la próxima víctima será el niño, lo oculta entre sus ropas y lo lleva consigo a las montañas, dándole cobijo y comida.

Pasado el tiempo, será la reina quien demande a su hijo de vuelta, y para ello se organizará un juicio con un juez de lo más original, quien propondrá la solución menos imaginada: dibujando un círculo con tierra en el suelo, y estando ambas madres agarrando al niño por un extremo, habrán de tirar de él para poder, o no, quedárselo.

Entendemos conforme transcurre la función el porqué del prólogo que se nos presenta. El niño simboliza un pueblo situado entre Vizcaya y Cantabria. Son unos los que lo habitan y trabajan, y otros quienes, argumentando razones históricas, lo demandan. Tras esa introducción, el narrador anuncia al público que la obra será presentada para aclarar el tema.

Brecht, quien nunca tuvo afiliación a ningún partido comunista (aunque sí fue enseñado en la escuela marxista por Korsch), demostró aquí la idea principal de ese movimiento. Quien trabaja la tierra será el dueño de la misma, por lo que son los trabajadores en unión quienes poseerán los bienes trabajados y los medios para ello, suprimiendo cualquier tipo de propiedad privada.

Los aspectos técnicos de la función se resuelven de manera notable, y más teniendo en cuenta que se trataba del estreno del montaje. Con un escenario completamente desnudo, algo curioso de ver para quien no esté familiarizado con los mismos sin decorar en absoluto, se sucede la función entera mediante el movimiento de unas placas metálicas, que simularán mesas, puentes, o tribunas.

Precisamente por tratarse del estreno, también a los actores se les notaban ciertos nervios y algún leve trabamiento en las declamaciones más complejas, además de algún accidente como el tropiezo entre bambalinas o la rotura del martillo, totalmente perdonables debido a que cada actor representa varios personajes. Por lo general, las interpretaciones fueron correctas, y seguro irán mejorando junto con la puesta en escena conforme pasen las representaciones. Esperamos que las haya.

Los cambios de escenas se realizan con rapidez y precisión, con acertada música de fondo de estilo folk. De hecho, el propio autor compuso varias piezas para ser interpretadas durante la obra, aunque seguramente no existen copias de las mismas y cada director suele apostar por distintas temáticas o estilos. El folk suele ser el más utilizado.

Si hubiera que criticar algo de la historia, sería la broma “demasiado fácil” y recurrente (llevamos dos obras consecutivas viéndola) de imitar al rey de España para simbolizar al rey del cuento en cuestión. Si no es para forzar la carcajada del público, no tiene sentido.

Como curiosidad para quien no se haya dado cuenta, la historia es la total contraposición a la historia bíblica del rey Salomón, que cuenta cómo es la madre biológica quien se niega en rotundo a que sacrifiquen a su hijo y quien por tanto lo obtiene al fin, a pesar de que quien haya estado cuidándole sea la “madre postiza”. Personalmente, vemos mucho más sentido a la historia que nos acontece.

Nota: 3/5
“El círculo de tierra”, adaptación de “El círculo de tiza caucasiano”, de Bertold Brecht, por Ion Iraizoz. Reparto: Leire Ruiz, Inés Bengoa, Eneko Otermin, Ramón Marco, Ion Iraizoz, Sergio de Andrés, Asun Abad. Dirección: Ion Iraizoz. Duración: 90 minutos.
Teatro Gayarre, 9 de mayo de 2012.

martes, 8 de mayo de 2012

Solitude, el hombre que quiso reinar (Ciclo "El Bululú")


 Esta semana ha finalizado el ciclo teatral “El Bululú” organizado por el Teatro pamplonés Gayarre. Tras dos obras muy notables salimos del recinto, por desgracia, algo decepcionados con el resultado de la tercera. “Solitude, el hombre que quiso reinar” es un monólogo cómico de clown que pretende entrar en el mundo oscuro del poder, aquél que genera guerras, imaginarias o reales, y que al fin no permite ser a cada uno lo que realmente se es, dejándonos a la intemperie, solos.

Fue el estreno de la función, y la primera vez para su protagonista, Patxi Larrea, en presentar un espectáculo íntegro de clown. A pesar de ello, se nota que lleva tiempo trabajando el tema y es evidente que posee garra escénica.

El problema del clown es que no es una tontería, aunque lo parezca. No consiste en hacer el payaso, sino en serlo, y ahí reside la dificultad de esta dificilísima técnica. El juego, la interacción con el público y el humor son elementos esenciales, pero sin transmitir verdad no existe el personaje. Ni éste ni ninguno. Nunca debe parecer que el intérprete intenta arrancarnos la carcajada de cualquier modo posible.

La técnica clown se basa en una destreza física amplia y un trabajo interior muy profundo, pero sobre todo conseguir una complicidad especial con el espectador. El problema con “Solitude” es que si la complicidad con el público pamplonés (nos permitiremos el expandirlo al público español en general) sólo puede lograrse a través de un humor tan obsceno y escatológico, deja mucho que desear del espectador de a pie. Lógicamente, estamos convencidos de que a un ciudadano de a pie le persiguen pensamientos bastante más profundos que éstos.

Por supuesto que una pizca de ese humor no daña a nadie. Es simpático parte del pasaje con la silla (la escena completa acaba cansando), cuando el protagonista accidentalmente acaba clavándose una punta en el trasero. Sin embargo, la escena posterior en la que, supuestamente, hace el amor con la silla, resulta bastante chabacana pasados unos minutos.

Lo que, como espectadores, consideramos un tremendo error a la hora de preparar el montaje es que éste (el montaje) nunca debe adaptarse al lucimiento del actor. Ha de ser el protagonista quien adapte sus habilidades al servicio del texto, y más aún en el clown. No con ello queremos comulgar con que ningún escrito se modifique, pues es precisamente eso lo que da riqueza y distinción a diferentes montajes de una misma obra, sino que cuando el relato pierde importancia para dejar paso a la buena, o mala, representación del actor, es que algo no va bien.

Por supuesto, no todo es malo. El clown se caracteriza por una destreza física importante, y al actor se le nota tremendamente suelto en el escenario. Posee además una vis cómica muy notable, que ya pudimos observar en “La importancia de llamarse Ernesto” (crítica en este blog, hace un par de meses), y también es algo a tener en cuenta. Esto hizo que la función no se nos hiciera especialmente larga (y eso que casi hora y media para un único actor tiene tela), pero la propia historia, la forma en que se nos contó y en que se interpretó el personaje nos parecen, por desgracia, bastante mejorables.

Nota: 1,5/5
“Solitude, el hombre que quiso reinar”, de Patxi Larrea. Intérprete: Patxi Larrea. Dirección: Emi Ekay. Duración: 85 minutos.
Teatro Gayarre, 7 de mayo de 2012.

jueves, 3 de mayo de 2012

De la pérdida de Apetito (Ciclo "El Bululú")



“De la pérdida de apetito” es un monólogo cómico escrito en castellano antiguo, un bululú (en palabras del propio autor) en verso en el que se amalgaman distintos estilos: comedia en verso, clown, comedia dell arte (a la navarra), canciones a lo Mundillo, etc.

Pablo del Mundillo, cómico de los caminos, creó en una primera entrega de este espectáculo un personaje de la picaresca que fue quedándose tuerto, medio sordo, manco, cojo y sin un huevo debido a sus incontables desventuras. Su personaje regresa a los escenarios, sin más miembros que perder, salvo Apetito, un mono que siempre le acompaña. En su rocambolesca historia van apareciendo personajes como Don Quijote de Navarra e Inaxio Panza, entre otros, todos interpretados por un único actor.

Materiales orgánicos, reciclados, pobres, gastados, pero llenos de vida adornan esta historia en la que el ingenio es el ingrediente principal. Distintas máscaras, túnicas polvorientas y palos son los instrumentos que Pablo va utilizando a lo largo del montaje para meterse en la piel de distintos personajes o para simbolizar animales, espadas y demás instrumentos.

Quedando patente el cariño del público por este artista pamplonés y su personaje, menos conocidos de lo que deberían, del Mundillo se nos gana con esta hilarante función en la que saca todo de sí, y más sabiendo que es el autor, director y único actor del montaje. El texto, con muy pocas escenas que decaigan la intensidad de la atmósfera que se crea, está tremendamente estudiado y trabajado. Se nota además la soltura con que el intérprete camina sobre él, sin un solo error, por minúsculo que sea, y más sabiendo lo complicado y extenso que es.

Es, inexplicablemente, algo fuera de lo común hoy en día sobre unas tablas ver un monólogo en verso de tipo cómico, y agradecemos al autor que nos ayude a no olvidar la riqueza de nuestro idioma, y más todavía viendo cómo se usa actualmente en otros monólogos o en nuestra vida diaria.

Además de conocer el texto “al dedillo”, el actor se permite el lujo de improvisar, casi siempre de forma divertidísima, con algunos espectadores que acaban siendo engañados para formar parte de la función. El mono Apetito, por ejemplo, decayó en un pobre espectador que tenía que hacer sonar una pandereta durante todo el espectáculo; y otra chica cayó en las redes del actor y tuvo que besar al tramposo.

En pocas palabras, fue un espectáculo muy divertido y ameno para toda la familia, con ciertas escenas desternillantes como la pose con la música de trompetas de fondo al más puro estilo “Tío la Vara” de José Mota; o el conjuro con que, en teoría, convencía a un moro de que lo había convertido al cristianismo.

Con un público abarrotando el patio de butacas del Gayarre, fue una magnífica ocasión de disfrutar, gratis, de la segunda edición del ciclo “El Bululú”, que culminará el próximo lunes con el estreno absoluto de “Solitude (En soledad)”, a cargo de Patxi Larrea.

Nota: 3,5/5
“De la pérdida de Apetito”, de Pablo del Mundillo. Dirección e interpretación: Pablo del Mundillo. Duración: 75 minutos.
Teatro Gayarre, 30 de abril de 2012.