Lorca
es, sin duda, uno de los autores españoles más representativos y más completos
de nuestra historia, pues reunió en una misma persona poesía, teatro,
literatura y música. Sin embargo, también es uno de los autores más complicados
de representar correctamente y uno de los más variables en cuanto a la calidad
de sus obras se refiere. Probablemente debido al amor por su patria y a los
avatares que debió sufrir en ella hasta que murió con corta edad, sus dramas
son rurales pero extremadamente duros para tanto público como intérpretes.
“Bodas
de sangre” es una de sus obras más conocidas, y uno de sus dramas más complicados,
pues aúna la historia de una familia desgarrada, algo de por sí poco fácil de
levantar en escena, con el poder de la simbología, lo que enreda aún más el
experimento. Antes de asistir a una representación lorquiana, ayuda
inimaginablemente saber, por ejemplo, que la luna simboliza la muerte o que el
caballo es signo de virilidad y pasión sexual.
Para
quien no conozca la historia, “Bodas de sangre” habla de un futuro matrimonio
entre los hijos de dos familias, cada una con su particular historia. La madre
del novio ejerce gran influencia sobre el Novio, y vive atormentada por el fallecimiento de su marido y su joven hijo; y la Novia se verá acorralada, en los
momentos previos a la boda, por un antiguo amor que ya creía olvidado pero que
invertirá el rumbo de los acontecimientos. No es cuestión de desvelar más, al
tratarse de un montaje que tarde o temprano vuelve a las carteleras, y ya el
propio título se encarga de dejar patente que el final no será muy alegre.
La
compañía El Bardo ha optado por una escenografía austera, gran acierto, basada
en un par de biombos, unas sillas y algún elemento de atrezzo colocado en las
escenas correspondientes. Lo mismo puede decirse del vestuario. Y la iluminación
está acertada igualmente imprimiendo, con ayuda de la interpretación actoral,
la sensación de que en el escenario se sufre realmente el caluroso verano del
que tanto se quejan los personajes.
Se
nota una interpretación actoral respaldada por bastante trabajo. Lástima que no
pueda decirse lo mismo de las partes cantadas. Se ha intentado que la mayoría de
los actores tengan su correspondiente pasaje de canto, y quizá sea demasiado
pedir. La escena de los tres leñadores resulta, a pesar de que dura poco, demasiado
tediosa y hace que atención y concentración desciendan en picado. Otras partes
musicales, como el comienzo del espectáculo como ejemplo más claro, son
excelentes y ayudan a meter al personal en el terrible acontecimiento a punto
de suceder.
El
reparto es amplio, de diecinueve personas, con todo lo que esto conlleva.
Dependiendo de quién esté en escena, al tratarse de una compañía
semi-profesional, el nivel varía considerablemente. Muy notable la Novia, un
personaje nada sencillo debido a la variación de personalidad que ha de sufrir
dependiendo de ante quién se encuentre; correctísimo el Novio, con una naturalidad
y una cercanía que consigue acercar el clásico a nuestros días, logrando que el
público se identifique con lo que le sucede; graciosa la Criada (quizá algo
desbocada en ciertos pasajes); y muy bien la Madre, mejor de lo esperado: se
trata de un papel muy complicado, y salvando algunos
excesos gestuales, logra casi siempre convencer. Mención especial para el papel
de la Suegra, quien rezuma tristeza tanto en su escena con la Mujer de Leonardo como en el
dueto musical entre ambas que habla, como no podía ser de otra manera, de la
luna.
Valoración:
3/5
“Bodas
de sangre”, de Paco Ocaña. Reparto: Carmen Nadal, Covadonga Peralta, Carol
Vázquez, Imelda Casanova, Raquel Aldaz, Elena Uriz, Ana Belén Cabrera, Noemí
Alcalá, Lara García, Joana Gorriti, Javier Chocarro, Xabier Flamarique, Pablo
Asiain, Javier Briansó, Urko Ocaña, Ekhi Ocaña, Fernando Eugui, Manolo Almagro,
Txuma García. Versión y dirección: Paco Ocaña. Duración: 95 minutos.
Teatro
Gayarre, 4 de febrero de 2013.