miércoles, 16 de mayo de 2012

Nuestra clase



Ayer pudimos disfrutar de uno de los eventos teatrales más importantes, según nuestro punto de vista, de la temporada actual. Se trata de la obra “Nuestra clase”, dirigida por Carme Portacelli a partir de un texto del polaco Tadeusz Slobodzianek. Nos referimos al disfrute teatralmente hablando, pues la historia que se nos presenta es una de las más crudas vistas sobre unas tablas.

En 1941, mil seiscientos judíos fueron quemados vivos en un granero de la localidad de Jedwabne, en Polonia. Se culpó en un principio al movimiento nazi, aunque más tarde se descubrió que fueron los propios vecinos polacos y compañeros de las víctimas los autores de la masacre.

La obra cuenta, en primera persona, y de mano de diez estupendos actores (cinco ejercen de polacos y cinco de judíos), la historia real del acontecimiento, cómo empieza todo a partir de una rabieta de críos, y cómo el odio despertado lleva a los hombres a convertirse en bestias y depredadores, los unos contra los otros.

Es el odio (y lo que conlleva) el tema central que extraemos de este fantástico montaje. Nos enseña, a partir de una historia real llevada al extremo, cómo incluso en la vida actual los amigos de toda la vida pueden, de un día para otro y por la razón más ínfima, convertirse en enemigos a muerte. Es eso lo que entendemos nosotros cuando vemos cómo los intérpretes ascienden al escenario desde el patio de butacas. Cualquiera de nosotros podríamos haber vivido esos acontecimientos. No se trata de algo lejano, ni en tiempo ni en lugar, a nuestras vidas diarias.

Supone un gran acierto introducir unas pizcas de humor que destensen momentáneamente la gravedad de lo que se cuenta. Tiene la función escenas antológicas, que hacen al propio espectador sentirse incluso incómodo en ocasiones de extrema intensidad. El momento en que los actores pasan a bailar como poseídos imprime el sentimiento de ser marionetas o juguetes rotos, dominados por un sentimiento, fanatismo o convicción que acaba siendo superior a ellos mismos y consigue finalmente dominarlos.

Por otra parte, el final que muchos recibirían con alegría, no puede resultar más trágico para nosotros. Se trata de la amistad perdida, la que poblaba las mentes de los pequeños personajes, todos amigos de todos, en esa foto que imaginamos, y que debería haber sido la imagen definitoria del transcurso de sus vidas y que finalmente no lo fue.

El espectador no logra moverse de la butaca (al menos nosotros) ante tal despliegue de recursos interpretativos. Ni un solo actor sobresale por encima del otro, y todos realizan un ejercicio espléndido. Todo ello ayuda a que la historia, lo realmente importante, llegue al público de una forma más directa, algo que requiere mucho valor por parte de Portaceli, quien podría haber optado por otros derroteros y decide encarar la historia e imprimirla tal cual.

También es impecablemente eficaz el alto grado de poesía que cubre como un velo la función. Cada gesto, mirada, paso, y un largo etcétera, significan algo, y no hay nada que pueda resultar incomprensible al espectador. Siempre puede obtenerse alguna explicación a todo el simbolismo, aunque sea distinta la versión de cada uno y todas ellas resulten válidas, algo que consideramos una maravilla.

La coreografía, diseñada además por uno de los actores, nos parece también de lo más acertada. La precisión con que se presenta, por otra parte, es espectacular. Esto resultaba de lo más evidente al saltar los actores de las mesas al suelo, completamente al unísono, independientemente de cuántos lo hicieran, lo que requiere un gran estudio y un mayor poder de concentración y entendimiento entre los intérpretes.

Es una lástima que la opinión que mostramos no fuese extensible a la mayoría de los asistentes. Muchos no entendieron que el descanso era tal, y pensaban que se había llegado al final de la obra. Otros directamente optaron por irse.

Estamos acostumbrados a observar una clara y triste línea que define los montajes que logran salir de gira. Suelen ser obras comerciales, sencillas de comprender. No con ello dejan de ser buenas, ni mucho menos, pero sí que han de ser cercanas al espectador. No deben ponérselo difícil. “Nuestra clase” es todo lo contrario, pues hace que se salga del teatro con sentimientos encontrados, te enseña a observar con calma, a entender el silencio, y consigue que la historia te ronde la cabeza días y días. Una maravilla que por nada del mundo se debería perder ningún espectador con ganas de pensar.

Nota: 4,5/5
“Nuestra clase”, de Tadeusz Slobodzianek. Reparto: Jordi Brunet, Ferrán Carvajal, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Isak Ferriz, Gabriela Flores, Carlota Olcina, Albert Pérez, Jordi Rico, Xavier Ripoll. Dirección: Carme Portaceli. Duración: 170 minutos más intermedio.
Teatro Gayarre, 15 de mayo de 2012.

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