jueves, 27 de diciembre de 2012

La anarquista



Tras pasar 35 años en la cárcel, una mujer acusada de asesinar a un policía se juega su liberación en una última entrevista con la funcionaria que debe informar sobre su caso. Es la premisa que presenta el último trabajo de David Mamet, estrenado simultáneamente en Broadway (dirigido por él mismo) y en la Sala Pequeña del Teatro Español. En Nueva York apenas ha durado dos semanas en cartel (17 funciones más las previas), a pesar de ser dos iconos con tirón las protagonistas: Patti LuPone y Debra Winger.

La función habla de dos personas completamente antagónicas. Cathy, una revolucionaria de los años sesenta; y Ann, la funcionaria que la interroga y cuya profesión ha convertido su primera vocación de servicio y ayuda en la completa certeza de que el arrepentimiento y la conversión no existen. La primera ha conseguido levantar un estatus y reconocimiento dentro de la cárcel; la segunda ha perdido su vida en la difícil misión de distinguir dónde termina el deber y comienza el poder y la invasión de intimidad ajena. Ambas están encerradas, pero en cárceles distintas.

De nuevo Mamet pone frente a frente a dos únicos personajes, esta vez en una conversación en tiempo real, cuyo género es irrelevante (podrían ser dos hombres o uno de cada género), y será la conversación el motor de la escena y la acción. El autor asegura que no se trata de un debate político. Por supuesto que lo es; de hecho, sirve como base para hilvanar la discusión de temas tan jugosos como el Estado, la religión, el sexo o la privacidad, entre muchos otros. Quizá Mamet lo mantenga para que el público no se haga una idea de su posicionamiento personal, pero lo político está más que presente a lo largo de toda la función.

Ambas posturas están muy bien presentadas, y el texto no pierde interés en ningún momento. A lo largo de la obra se van desgranando frases antológicas, de las que cuesta entender por completo más tiempo del que se nos permite y de las que surgirían debates ciertamente interesantes; nos queda el deseo incumplido de verla de nuevo para poder captarlas mejor. Un claro ejemplo, aplicable a tantas economías actuales es “El país agoniza en bancarrota, y sus hijos gandules se pelean por el testamento”.

Interpretativamente se trata de un espectáculo que demanda mucho. Ambas actrices responden con creces a las expectativas. A una estupenda Magüi Mira (quizá algo desconcentrada al inicio de la función), sobre la que recae el mayor peso, le da la réplica una perfecta Ana Wagener, quizás entre las mejores actrices que tenemos actualmente (tres días después de terminar “La Anarquista”, retomará “Málaga”, de Bärfuss). Es un tour-de-force difícil, de estar a flor de piel, y más si cabe debido a la curiosa forma de escribir de Mamet, con diálogos solapados y muy complicados de memorizar, pues vuelven constantemente sobre el mismo tema cuando el público menos lo espera.

Desconocemos cómo se presentaría la versión de Broadway, si bien es cierto que allí son mucho más estrictos; tras el primer día de estreno, ya se anunció su corta andadura. No es una obra larga, pero sí puede resultar algo ardua para espectadores poco asiduos al teatro. Dos únicos personajes, un solo decorado y una conversación que da que pensar, y mucho; si el público no se engancha desde el inicio, puede resultar muy tediosa. Aquí aplausos no faltaron, ni sobraron butacas; personalmente, fue un dulce.

Valoración: 4/5
“La anarquista”, de David Mamet. Reparto: Magüi Mira, Ana Wagener. Dirección: José Pascual. Duración: 70 minutos.
Teatro Español, Sala Pequeña, 27 de diciembre de 2012.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Noche de reyes




Shakespeare nunca defrauda. No importa cómo se represente ni los años que pasen. Sus diálogos siempre permanecerán vigentes e imperecederos. La riqueza de sus obras encierra tantos temas a estudiar y tan bien tratados que muy difícilmente podrá superarse. Hemos tenido la oportunidad de disfrutar de una de sus comedias románticas, que por supuesto posee todo lo que puede dar de sí este género. Se trata de “Noche de reyes”, actualmente en gira a cargo de la compañía de teatro clásico Noviembre.

Originalmente titulada “Twelfth night”, por tratarse de la duodécima noche desde Nochebuena, la obra comprende varias historias en cinco actos. En primer lugar, la separación de dos hermanos gemelos, uno de cada género, Sebastián y Viola, a causa de un naufragio. Ella, vestida de hombre, comienza a servir como paje en la corte del duque Orsino, del que se enamora profundamente. A su vez éste ama, siempre sin éxito, a la dama Olivia, que recientemente perdió a su hermano y que acabará prendida del falso paje del duque.

Paralelamente se sucede la historia de Sebastián, rescatado del naufragio por un capitán de barco. Termina casándose en secreto con Olivia, pensando ésta que se trata del paje. Mientras, discurren otros personajes, como el siempre presente bufón Feste, el borracho caballero Don Tobías Regüeldo, y los sirvientes María y Malvolio, entre otros. Precisamente a Malvolio, el mayordomo, logran convencerlo de que lo ama en secreto la dama Olivia, naciendo una de las confusiones más divertidas de la obra. El final, como es lógico, une en la misma escena a los dos hermanos (creyendo ambos al otro muerto) y casa a Viola con el duque.

Como presentábamos, “Noche de reyes” ofrece todo lo que puede dar una comedia romántica en teatro. Hay disfraces, que quizá no resulten tan atractivos en montajes modernos, pero sí antaño, cuando eran actores jóvenes masculinos quienes debían representar los personajes femeninos. También se parte de un comienzo trágico que deriva en dos bellas historias de amor por parte de los protagonistas. Y además la obra comprende temas más oscuros, como la vergüenza y las penurias del mayordomo Malvolio, hilarantes para el público pero extremadamente crueles, pues el personaje acaba encerrado en una celda y obligado a jurar las doctrinas de Pitágoras, tan contrarias a sus creencias.

La compañía Noviembre ofrece un montaje visual espectacular, disfrutando del momento como si de un juego se tratara, con música de salón que encaja a la perfección con el resto del puzzle, y con unas interpretaciones memorables por parte de todos, sin sobresalir nadie en ningún momento.

A pesar de todo, existe algo que no nos acaba de convencer, y es que todo se sucede demasiado coreografiado y poco sentido. Existe tal comprensión y dominio de la obra que parece que nada sorprenda ya a los actores. Quizá sea interpretación nuestra, pero para ello están las opiniones, y es la razón por la que quizá nos sobre algo de metraje. Las escenas parecen discurrir muy poco naturales, independientemente de lo exageradas que tengan algunas que serlo por obligación.

Aparte de ese pequeño apunte, se trata de un montaje que divertirá allá donde vaya, y aunque no se trate de la mejor obra de Shakespeare (ni de lejos), sí pueden observarse maneras que desembocarían pocos años después en sus mejores obras.

Valoración: 3,5/5
“Noche de reyes”, de William Shakespeare. Reparto: Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo, Jesús Calvo, Francesco Carril, Beatriz Argüello, Fernando Sendino, Maya Reyes, José Ramón Iglesias, Rebeca Hernando, Héctor Carballo, Ángel Galán. Dirección: Eduardo Vasco. Duración: 115 minutos.
Teatro Gayarre, 28 de noviembre de 2012.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

No me hagas daño


Cuánto, y a la vez, qué poco se habla de la denominada “violencia de género”. Es un tema eterno, que siempre estuvo y siempre estará, que se tornó de candente actualidad hace unos años, y que vuelve a no interesar. Se ha convertido en algo habitual escuchar en los telediarios la muerte de otra mujer a manos de su pareja; ya no nos extraña. Paralelamente, se han escrito cientos de historias, dirigido mil y una películas y se ha intentado que el asunto recale en la sociedad. Por desgracia, siempre acabamos excusándonos en el socorrido “los trapos sucios de cada uno se solucionan en casa”.

“No me hagas daño” debería ser un montaje de obligado visionado para todo el mundo. Tiene sus más y sus menos, pero eso no significa que no pueda entenderse la historia ni el mensaje que trata de transmitir. No sólo se queda en lo que ya sabemos desde niños (“pegar es malo”); da un paso más allá e invita a la movilización, a que haga algo al respecto quien pueda hacerlo, quien se encuentre cerca de una situación así. No nos parece este blog un espacio de aleccionamiento para nadie y no entraremos más en materia, pero sí consideramos necesario comentarlo.

Es la historia de Luisa, un personaje imaginario y que resulta tan real, una mujer maltratada por un marido al que ama profundamente, una mujer con miedo y en soledad, sin ayuda. Él no responde al típico perfil del maltratador –si existe algo así-, sino que se trata de un aclamado profesor de universidad casado con una persona cuyos defectos le irritan profundamente.

En paralelo, tenemos a la hija de ambos, otra víctima que acaba por marcharse de casa cuando ya no es capaz de soportar que su madre no tramite una denuncia de una vez por todas; vemos también a un mediador familiar consciente de que gracias a su tratamiento el maltratador podrá verse libre de la cárcel; y a Charo, una joven latinoamericana aspirante a actriz, que cuando todo parece que ha terminado toma el testigo de Luisa, dando un comienzo distinto a la misma historia.

Nos resulta muy complicado criticar teatralmente una historia tan impactante, más aún cuando los personajes están tan sumamente llenos de emoción y cuando se lleva cada escena hasta un límite del que a los propios actores les cuesta recuperarse. Nos faltan palabras para describir el maravilloso y sobrecogedor trabajo de Maiken Beitia. Para preparar y retratar un personaje así no basta con quedarse sólo en la superficie, y eso se nota en que días después se nos siguen poniendo los pelos de punta. Sandra Ferrús ofrece un sobresaliente paralelismo a Luisa. Juntas son lo mejor del montaje.

El resto de interpretaciones, por desgracia, no están a la altura ni de la historia ni de las dos mujeres que ya hemos mencionado. El personaje de Paula no acaba de convencernos en sus maneras; nos recuerda peligrosamente a las niñas de las series para adolescentes que están tristes, pero enrabietadas, por causas tan trágicas como un suspenso o un sms del que no se recibe respuesta. No nos creemos que el personaje haya vivido todo lo que dicen. El maltratador sí está más conseguido, aunque la cansina entonación hace que sus monólogos resulten algo tediosos; acaba todas las frases en la misma nota, lo que resta melodía a unos pasajes muy bien escritos y que deberían ser mucho más cantados. Por último, al mediador familiar casi ni éramos capaces de entenderlo, aunque interpretativamente no estuviese mal enfocado.

Entendemos, que no excusamos, que la obra se presentó en la Sala Pequeña del Teatro Español, una maravilla de espacio en la que el público se sitúa a ambos lados del escenario, a veces a menos de un metro de los propios actores. Esto hace que cuando salen de gira (y eso que el Gayarre es de los pequeños) mantengan la tónica del antes suficiente susurro y los espectadores no sean capaces de escucharles ni desde la décima fila.

La historia está escrita con apabullante sensibilidad, y lo único que echamos en falta es un comienzo más calmado, no entrar tan rápido en materia. Al público no le da tiempo a reaccionar y para cuando consigue situarse en la trama, se ha contado demasiado. Tiene aun así un grueso y distintivo punto a su favor: el maltratador, como reseñábamos antes, responde a un perfil distinto al imaginado por una persona corriente, y el autor le ha aportado cierta humanidad que no vemos en otras historias sobre el mismo tema; podría enriquecerse aún más el personaje, aunque entendemos que a la hora de escribir, es muy complicado dotar de humanidad a un maltratador.

Por supuesto, no haría falta reseñar, pero lo hacemos, el sobresaliente acierto de centrar la obra en los actores y sus interpretaciones, con sólo dos sillas como decorado, sin jugar apenas con las luces ni sonido. Pensamos que tampoco sería lógico representarla de otra manera; y nos aventuramos a afirmar que resultaría incluso irrespetuoso. Genial el baile final con el necesario mensaje.

Desconocemos si seguirá de gira por mucho tiempo, o si su parada en Pamplona se debía a la procedencia de su protagonista; si se acerca a su ciudad, por favor, llenen el teatro y reflexionen. La historia lo merece, y se puede hacer mucho más de lo que parece al respecto.

Valoración: 3,5/5
“No me hagas daño”, de Rafael Herrero. Reparto: Maiken Beitia, Alfonso Torregrosa, Olaia Gil, Sandra Ferrús, Isidoro Fernández. Dirección: Fernando Bernués. Duración: 95 minutos.
Teatro Gayarre, 26 de noviembre de 2012.

viernes, 30 de noviembre de 2012

De ratones y hombres


Hace unos días pudimos ver una de las últimas creaciones de Miguel del Arco, “De ratones y hombres”. Del Arco ya se ha convertido en uno de los directores por excelencia de nuestra escena; algunos lo llaman Rey Midas sin poco acierto, pues tras “La función por hacer”, “Veraneantes”, “Juicio a una zorra” y “El inspector”, entre otras, saca de gira este Steinbeck por toda España para dejar constancia de que todavía hay mucho que decir y, sobre todo, muchas formas de hacerlo. Esperamos con impaciencia “Deseo”, su nueva creación.

Para quien no conozca la trama, “De ratones y hombres” es una historia estremecedora con un final terrible. Cuenta las andaduras de George y Lennie, dos trabajadores de campo itinerantes, casi esclavos. El primero, no queda claro si por relaciones familiares, morales o de amistad, cuida del segundo, retrasado mental. Siempre han de estar escapando de las granjas debido a las meteduras de pata de Lennie, hasta que caen en una en la que podrán ver hechos realidad sus sueños de ganar dinero y comprar una casa… o no. En la granja se encontrarán con diversos personajes de igual o menor suerte, todos infelices pero sin perder de vista los sueños que nunca serán capaces de cumplir.

La obra se enmarca en el período de la Gran Depresión americana. Quizá por eso este drama social sea tan reconocible en el contexto actual, artífice de pobreza y exclusión de miles de personas. Es probable que ésta no sea la mejor obra de Steinbeck ni la que mejor representa las diferencias casi dictatoriales empresario-obrero de antaño; de hecho aquí el levantamiento y paralela impotencia del trabajador sólo se representa por la fuerza bruta de un disminuido mental, y eso pasa muy desapercibido para el espectador. Lo claro es que se trata de un cuento de marginados: sobre todo tres personajes ansían la compañía de otros sin poder tenerla. Son, coloquialmente hablando, “el negro” (Crooks), “la mujer” (la esposa de Curley; no tiene ni nombre), y “el subnormal” (Lennie).

Dejando a un lado por un momento este fabuloso montaje, es curioso ver cómo en esta temporada teatral se están presentando montajes quizá menos atractivos para el público asiduo, en principio, pero cada vez más necesarios y concienciados con su tiempo, en la medida en que retratan con historias ya por todos conocidas las fases que la sociedad va transitando. Podemos observar con asombro entonces la genialidad de los antiguos escritores y la vigencia de sus obras cientos, o incluso miles de años después.

Así como hay montajes en los que el poder actoral prima sobre el resto, en este cobra especial importancia la parte técnica, decorado, escenografía, luz, sonido… Es todo un espectáculo visual más que una obra de teatro. Las transiciones entre escenas son bellísimas de ver por lo casi cinematográfico que poseen. Muy acertado el uso de cintas de correr, así como la doble apariencia que cobra el mismo decorado entre el comienzo y la segunda escena. Quizá sea el sonido el único aspecto que estorba en ciertos momentos por su volumen.

Las interpretaciones no son peores por llamar en conjunto menos la atención. Cada personaje está perfectamente estudiado, ejecutado y enmarcado en su situación. Cayo y Álamo regalan un tándem de excepción; no podía ser de otra manera conociendo sus anteriores trabajos. Quizá entre el público llame más la atención la interpretación del disminuido Lennie, al que Álamo llena de humanidad sin caricaturizar en absoluto, pero es George el que para nosotros está mejor encajado; es el verdadero protagonista de la historia y el que nos parece más complicado de representar. Alude a una naturalidad aplastante y una actualidad en sus expresiones y maneras de modo que la historia sea más reconocible para el público. Lo consigue con sobresaliente.

El resto (Buale, la siempre estupenda Escolar, Canal…) están soberbios. Como pequeña objeción, ralentizaríamos un poco la primera conversación de Canal, de tanta importancia para la historia; el montaje es largo pero en absoluto aburriría si se diera más calma a esa escena.

Sigue de gira; corran a verlo.

Valoración: 4/5
“De ratones y hombres”, de John Steinbeck. Reparto: Fernando Cayo, Roberto Álamo, Antonio Canal, Irene Escolar, Eduardo Velasco, Diego Toucedo, Alberto Iglesias, Emilio Buale, Josean Bengoetxea, Rafael Martín. Dirección: Miguel del Arco. Duración: 130 minutos.
Teatro Gayarre, 9 de noviembre de 2012.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Luces de bohemia



“Luces de bohemia” es uno de esos espectáculos que cualquier amante del teatro ha de ver, y su personaje principal, Max Estrella, uno de los más codiciados y estudiados por cualquier actor y analista teatral.

Valle-Inclán afrontó el texto desde una postura muy crítica hacia la sociedad del momento, en la que el sistema político de la restauración no funcionaba, al ir los políticos por un lado y el resto de los ciudadanos por otro; curioso cómo observamos una rabiosa actualidad en esta versión de la compañía La Perla 29. Como ya se sabe, “Luces de bohemia” es uno de los principales representantes del género esperpéntico, con el que se utilizaba la sátira para denunciar los excesos del momento, bajo el reinado de Alfonso XIII.

La repercusión de la obra (en un principio publicada en una revista por fascículos) fue tal que la censura no permitió su representación hasta 1970 en Valencia, si bien antes había conseguido ponerse en pie en París.

Cuenta la historia de la última noche de Max, tras haber sido despedido de su trabajo en un periódico. Compra un boleto de lotería que resultará premiado, y tras varias trifulcas contra el orden y demás ciudadanos, acabará detenido en la Delegación. Más tarde seguirá su andadura por Madrid, entre conversaciones con Rubén Darío y una joven prostituta. Muere al fin en el quicio de la puerta de su casa, tras definir qué es el esperpento, y ni después de muerto puede descansar en paz, pues aparte de robarle el décimo premiado, se empieza a comentar que sólo sufre catalepsia. Tras el entierro, tanto su mujer como su hija se suicidan.

Como vemos, es una tragedia y una historia límite, encuadrada por supuesto en el momento en que se escribió, y bajo un manto de exageración, pero que creó un nueva manera de escribir y de analizar la realidad española, deformándola.

Cuando asistimos a un espectáculo esperpéntico (al igual que a una obra de Pinter o Beckett, por nombrar otros autores de estilo propio), se ha de ir preparado con antelación. Hemos de saber qué se nos va a contar y cómo debemos entender cada escena. El esperpento aporta sorpresa y falta de lógica en el espectador, a pesar de que la estructura de 15 escenas no resulte complicada de comprender. Se utiliza la técnica que comentábamos de la deformación, pero no para embellecer la situación o el personaje, algo que podría hacerse perfectamente, sino para degradar a ambos. Es muy común que algunos personajes aparezcan con rasgos de animales (cerdos, perros, etc.) y que, también, se humanice a los animales. Si fueran casos muy concretos no resultaría desagradable al público, sino hasta gracioso, pero al ser una tónica dominante, lo grotesco se adueña de los espectáculos, consiguiendo que reine la incomodidad. Es donde aflora la crítica feroz de Valle-Inclán; plantea el resultado que tiene en la sociedad el obsoleto sistema de la España de entonces.

En esta ocasión, es de agradecer el planteamiento que esta compañía catalana ofrece a la obra. Cuando se representa un texto tan complicado a un público cada vez menos acostumbrado al castellano antiguo, lo que resulta lógico por otra parte, se le ha de acercar o actualizar. No se nos va de la cabeza aquel montaje del Teatro del Temple que no consiguió precisamente esto, y cuyo espectáculo era complicadísimo de digerir; una especie de lectura dramatizada de un texto así es feroz para el espectador.

Aquí, además de regalarnos los actores muy notables interpretaciones (no todos), curiosamente mejor en general los jóvenes que los más longevos, es el planteamiento realizado lo que nos convence más. Se trata de una adaptación muy respetuosa con el original, para lo que es necesario aportar toques de frescor al montaje, como dos o tres canciones muy bien elegidas e interpretadas que permiten respirar al espectador, o cambios de escena tan sutiles y curiosos como los que se suceden, en los que parte del mobiliario permanece en el escenario durante la siguiente escena y son los propios actores los que van “limpiándola”.

También el trabajo de iluminación y el decorado en general es original a la vez que coherente con la historia (el ambiente de taberna, cómo se utiliza la barra de la misma para simular la Diputación…). Sin embargo, y aunque la caracterización de la multitud de personajes que aparecen está muy conseguida, a veces las interpretaciones de los actores no consiguen hacernos diferenciar cuándo hacen de un personaje y cuándo de otro. Fallo también en ocasiones tanto acento catalán para representar a madrileños de pura cepa como los que aparecen en la obra.

Quitando esos dos apuntes, se trata de un planteamiento muy correcto y entretenido de un clásico obligado para todo amante del teatro.

Valoración: 3,5/5
“Luces de bohemia”, de Ramón María del Valle-Inclán. Reparto: Lluís Soler, Xavier Boada, Màrcia Cisteró, Manel Dueso, Camilo García, Marissa Josa, Jordi Martínez, Jacob Torres. Dirección: Oriol Broggi. Duración: 110 minutos.
Teatro Gayarre, 31 de octubre de 2012.

sábado, 3 de noviembre de 2012

En la luna



Alfredo Sanzol se ha convertido, sin ninguna duda, en uno de los directores teatrales actuales de mayor rotundidad y éxito. Sus montajes ya son toda una garantía no sólo de diversión, sino de comecome mental. En esta ocasión nos regala “En la luna”, un planteamiento algo marciano de su propia época de infante. Sin tratarse de un texto autobiográfico, sí que ha abordado temas y situaciones muy reconocibles por todo aquel que recuerda su propia infancia con algo de claridad.

La fórmula de Sanzol, basada en pequeños sketches relacionados entre sí, que juntos forman la obra en cuestión (vimos su excelente trilogía el año pasado, suma de “Risas y destrucción”, “Sí, pero no lo soy” y “Días estupendos”) ya se ha hecho un hueco en el panorama del escenario de nuestros días, de tal modo que si sólo viéramos una breve escena de cualquiera de sus obras, reconoceríamos enseguida la mano de este soberbio director.

“En la luna” nos habla, como decíamos, de recuerdos, de policías ladrones, de fórmulas para curar las enfermedades más atroces, de extravagantes cumpleaños, de sexo, de desenterrar fosas comunes… todo ello hilado entre quince escenas, a cuál mejor, que reflejan la memoria histórica de finales de los 70, comienzos de los 80. Estos recuerdos pueden, o no, ser reales, pero el tejido que los une explica a la perfección el paso del estado franquista al nacimiento de la democracia.

No hemos de olvidar que se trata de una comedia en ocasiones absurda, y no de un dramón al que estamos acostumbrados gracias a nuestro repetitivo cine, en el que parece que hemos olvidado todo rastro de nuestra historia (que, por cierto, no debe ser corta) para centrarnos en aproximadamente diez años que definen lo que somos hoy. Se agradece por fin un planteamiento original a la segunda época más trillada del último siglo.

El hecho de que el montaje tome lugar en la luna (algo que se nos obliga a imaginar) nos lleva premeditadamente a tomar distancia con los hechos, a pesar de resultar tan reconocibles. Con La Tierra de fondo, la exageración utilizada (en ocasiones no tanto como parece) ayuda al espectador a darse cuenta de lo marciano de algunos de nuestros comportamientos más habituales.

Debido a la falta de decorado (apenas un ventilador manual y un cochecito de bebé), el peso del montaje recae sobre el impresionante sexteto de intérpretes. Todos ellos (Juan Codina, Palmira Ferrer, Nuria Mencía, Luis Moreno, Jesús Noguero y Lucía Quintana) recrean un grupo coral en el que es complicado resaltar sólo a uno. El reparto de escenas es tan equilibrado y el lucimiento tan equiparado que sólo queda alabar todas y cada una de las caracterizaciones, que no son pocas.

A reseñar las hilarantes escenas del cumpleaños, la deuda que deja Franco y el fragmento de los policías atracadores. Y por criticar algo, debemos confesar que no entendemos la aparición por sorpresa de infantes (los imaginamos, desde luego) tan deslenguados, hablando de sexo sin ningún tabú. Es la forma en que hablamos al tener esa edad, es cierto, sin pelos en la lengua, pero no creemos que ese fragmento compacte con la obra tan armónicamente como el resto de escenas. Aun así, si pueden, no se la pierdan; es de lo mejor de nuestra escena actual.

Valoración: 4/5
“En la luna”, de Alfredo Sanzol. Reparto: Juan Codina, Palmira Ferrer, Nuria Mencía, Luis Moreno, Jesús Noguero, Lucía Quintana. Dirección: Alfredo Sanzol. Duración: 115 minutos.
Teatro Gayarre, 26 de octubre de 2012.

lunes, 29 de octubre de 2012

El proyecto Laramie


En octubre de 1998 un estudiante homosexual de 20 años fue apaleado en Wyoming, Estados Unidos, y días más tardes murió a causa de las heridas provocadas por sus agresores. Se llamaba Matthew Sheppard y su figura y su historia se convirtieron en un símbolo de la lucha de los homosexuales por el reconocimiento de sus derechos. “El proyecto Laramie” recoge la historia y la representa dentro del género de teatro documental, con ocho actores que dan vida a más de 70 personajes. Tuvimos la ocasión de asistir al que, creemos, fue su fin de gira, tras una larguísima trayectoria de dos años.

Los agresores fueron dos compañeros del joven. El suceso conmocionó al país y el grupo Tectonic Theater viajó a Laramie para entrevistarse con sus habitantes y recoger el máximo número de puntos de vista como fuera posible, con la valiente idea de montar una obra de teatro que diera a conocer este fatídico hecho por el resto del mundo. En total, se hicieron con más de 200 testimonios.

En la obra se habla de Laramie por establecer como punto de partida un nombre simbólico. Sin embargo, lo que narra podría extrapolarse a cualquier punto del mundo. ¿Qué problemas puede tener una sociedad que no condena, ya de primeras, un crimen así? El montaje disecciona hasta los puntos de vista más conservadores, para ofrecer al espectador una gran magnitud de puntos de vista con los que puede, o no, estar de acuerdo. Durante la obra, testifican amigos de la víctima, sus familiares, conocidos, incluso los propios asesinos…

Esto es lo curioso de “El proyecto Laramie”: el teatro documental (o teatro denuncia). Con un planteamiento visual muy similar a la reciente maravilla “Nuestra clase”, dirigida por Carme Portacelli, la que nos trata requiere un trabajo superior que aquélla por parte del público. Cuenta más y emociona menos.

No es fácil conseguir atrapar e introducir en la historia a una sala si se representa un montaje de estas características, y aunque cuenta con momentos estelares impactantes (el joven actor, la amiga revolucionaria, la madre de la policía…), personalmente, no nos pareció un espectáculo todo lo estremecedor que debería. Sólo con narrar un argumento así, el público debería revolverse en sus butacas, y eso no sucedió en ningún momento. Pensamos que, por desgracia, sobra metraje.

El trabajo actoral es notable. Salvo por algún altibajo en el que, por decir uno bastante grave, la voz no consigue proyectarse del todo y no se entiende el texto, la compañía constituye un elemento coral sólido. No hay actor que sobresalga por encima de otros, pero tampoco asistimos a las interpretaciones del año.

Positiva también la dirección, que escoge la noble opción de librarse de elementos decorativos y centrarse en lo que se cuenta. Estamos totalmente de acuerdo, y es como debe plantearse, pero sigue faltándonos algo más, como los tímidos pasajes con las linternas, que distraen durante unos segundos, pero no son suficientes.

En conclusión, se trata de una historia tremendamente impactante, de obligado visionado, o al menos lectura, pero que en esta ocasión no conmueve lo que merece.

Valoración: 2,5/5
“El proyecto Laramie”, de Moisés Kaufman y Tectonic Theater. Reparto: Ana Cerdeiriña, Mónica Dorta, Iñaki Guevara, Jorge Muriel, Diego Santos, Consuelo Trujillo, Victoria dal Vera, Antonio Mulero-Carrasco. Dirección: Julián Fuentes Reta. Duración: 140 minutos.
Teatro Gayarre, 20 de octubre de 2012.