Tras
pasar 35 años en la cárcel, una mujer acusada de asesinar a un policía se juega
su liberación en una última entrevista con la funcionaria que debe informar
sobre su caso. Es la premisa que presenta el último trabajo de David Mamet,
estrenado simultáneamente en Broadway (dirigido por él mismo) y en la Sala
Pequeña del Teatro Español. En Nueva York apenas ha durado dos semanas en
cartel (17 funciones más las previas), a pesar de ser dos iconos con tirón las
protagonistas: Patti LuPone y Debra Winger.
La
función habla de dos personas completamente antagónicas. Cathy, una
revolucionaria de los años sesenta; y Ann, la funcionaria que la interroga y
cuya profesión ha convertido su primera vocación de servicio y ayuda en la completa
certeza de que el arrepentimiento y la conversión no existen. La primera ha
conseguido levantar un estatus y reconocimiento dentro de la cárcel; la segunda
ha perdido su vida en la difícil misión de distinguir dónde termina el deber y
comienza el poder y la invasión de intimidad ajena. Ambas están encerradas,
pero en cárceles distintas.
De
nuevo Mamet pone frente a frente a dos únicos personajes, esta vez en una
conversación en tiempo real, cuyo género es irrelevante (podrían ser dos
hombres o uno de cada género), y será la conversación el motor de la escena y
la acción. El autor asegura que no se trata de un debate político. Por supuesto
que lo es; de hecho, sirve como base para hilvanar la discusión de temas tan
jugosos como el Estado, la religión, el sexo o la privacidad, entre muchos
otros. Quizá Mamet lo mantenga para que el público no se haga una idea de su
posicionamiento personal, pero lo político está más que presente a lo largo de
toda la función.
Ambas
posturas están muy bien presentadas, y el texto no pierde interés en ningún
momento. A lo largo de la obra se van desgranando frases antológicas, de las
que cuesta entender por completo más tiempo del que se nos permite y de las que
surgirían debates ciertamente interesantes; nos queda el deseo incumplido de
verla de nuevo para poder captarlas mejor. Un claro ejemplo, aplicable a tantas
economías actuales es “El país agoniza en bancarrota, y sus hijos gandules se
pelean por el testamento”.
Interpretativamente
se trata de un espectáculo que demanda mucho. Ambas actrices responden con
creces a las expectativas. A una estupenda Magüi Mira (quizá algo
desconcentrada al inicio de la función), sobre la que recae el mayor peso, le
da la réplica una perfecta Ana Wagener, quizás entre las mejores actrices que
tenemos actualmente (tres días después de terminar “La Anarquista”, retomará “Málaga”,
de Bärfuss). Es un tour-de-force difícil, de estar a flor de piel, y más si
cabe debido a la curiosa forma de escribir de Mamet, con diálogos solapados y
muy complicados de memorizar, pues vuelven constantemente sobre el mismo tema
cuando el público menos lo espera.
Desconocemos
cómo se presentaría la versión de Broadway, si bien es cierto que allí son mucho
más estrictos; tras el primer día de estreno, ya se anunció su corta andadura. No
es una obra larga, pero sí puede resultar algo ardua para espectadores poco
asiduos al teatro. Dos únicos personajes, un solo decorado y una conversación
que da que pensar, y mucho; si el público no se engancha desde el inicio, puede
resultar muy tediosa. Aquí aplausos no faltaron, ni sobraron butacas; personalmente,
fue un dulce.
Valoración:
4/5
“La
anarquista”, de David Mamet. Reparto: Magüi Mira, Ana Wagener. Dirección: José
Pascual. Duración: 70 minutos.
Teatro
Español, Sala Pequeña, 27 de diciembre de 2012.