miércoles, 15 de febrero de 2012

Agosto (Condado de Osage)



 Esta semana venimos a hablar de un montaje muy especial. Lo es al menos para nosotros, por ser, quizá, el mejor que hemos visto nunca. Se trata de la obra “Agosto (Condado de Osage)”, y es también aquélla de la que mayores expectativas nos habíamos forjado, pues conseguimos las entradas hace casi tres meses (cuando ni se había estrenado todavía), y esto suponía un viaje-express a Madrid de un fin de semana sólo para verla.

“Agosto”, dicen, será considerada un clásico de aquí a veinte años. No creo que haga falta tanto tiempo, pues ya ha sido traducida a mil y un idiomas y representada en multitud de países. A Barcelona ya llegó hace unos meses y era el turno de Madrid, con otro reparto, del que nos explayaremos en breves. Por desgracia, la impresionante escenografía imposibilita una gira nacional, y la apretada agenda del CDN (sacan la programación entera del año hacia junio, tres meses antes de empezarla) tampoco ayudaron a que pudiera verla toda la gente que debería. Aun así, es la obra que más tiempo permanece en cartel de toda su programación (más de dos meses). Ahora sólo queda esperar una reposición para la próxima temporada, y desde aquí prometemos que, si es así, no dudaremos en volver a Madrid sólo para disfrutarla de nuevo.

En este caso fue en el Teatro Valle-Inclán de Lavapiés -calle en la que, para los interesados, hay una estupenda librería de teatro (por desgracia escasean) llamada Yorick, en el número 21- el pasado sábado 11 de febrero. La fila elegida era la primera, como no podría ser de otra forma. ¿Que habría sido mejor la fila siete, como piden todos los críticos de teatro? Es posible. ¿Que volveríamos a comprar en la primera? Seguro.

 Pero empezaremos desde el principio. Mientras sube lentamente el telón suena un tema de Eric Clapton y se nos dejan unos instantes para asimilar y terminar de contemplar la obra maestra que supone ya sólo el decorado. Es una casa de tres alturas, con una sólida estructura y férreas escaleras que la recorren. Cada piso tiene, aproximadamente, dos habitaciones, salvo la planta baja, donde se sitúa la cocina, un enorme salón-comedor y otra sala de estar. Ahí es nada…

Comienza el texto con un amargo prólogo de un personaje al que no volveremos a ver hasta el saludo final: el patriarca de la familia, Beverly Weston (Miguel Palenzuela). Su desaparición obligará que toda su familia acuda a la casa para reunirse con su mujer Violet (Amparo Baró), enferma de un cáncer de boca que agria, si cabe, aún más su carácter de mujer, digamos, poco dócil.

Aunque los cimientos de la casa, como decimos, sí sean sólidos, no lo parecen los de la familia que la habita. Siendo lo primero que proyecta Amparo Baró a su ficticio marido un descarnado “hijo de puta”, observamos que, por muy drama que vaya a ser el montaje, nos veremos recompensados de vez en cuando con un ligero toque de humor. En ese sentido, la cantidad de improperios que los personajes van soltando al cabo de las casi cuatro horas de montaje son de agradecer, pues es tal la cantidad de circunstancias agónicas las que rodean a esta familia y que nos azotan en la cara, que logramos respirar e incluso sonreír cada vez que algún personaje suelta un taco con una mínima gracia.

 En la casa se presentan las tres hijas de la pareja, dos de ellas con sus respectivos acompañantes, y la hermana de Violet con su esposo y su hijo. También juegan un papel importante la nieta de Beverly y Violet y su criada india, Johnna, quien hace alusión al poblado de Osage, indios originarios de los Estados Unidos. Una de las tres hijas de Violet, Barbara, será con quien más choque la madre (no penséis que se salva ningún pariente), y nos deleitan con escenas realmente antológicas. Barbara, como no podría ser de otro modo, está interpretada magistralmente por Carmen Machi, probablemente una de las mejores actrices de su generación, que va mejorando con cada papel que hace. Tuve ocasión de ver la impresionante “La tortuga de Darwin” y en un trimestre podremos ver su nuevo monólogo, escrito por del Arco, “Juicio a una zorra”.

No queremos desvelar nada más de la historia, pues seguro que tras ésta, se sucederán multitud de versiones y montajes distintos que le rendirán homenaje, y a alguno seguro tendrán los (improbables) lectores ocasión de acudir.

El espectáculo, según Vera, debía presentarse profundamente hondo y profundamente americano. Se nota el modo de vivir de una familia americana a la perfección, a pesar de que la historia puede trasladarse sin problema a cualquier familia del planeta. Es cierto que lo que ocurre en el montaje es exagerado en su conjunto (a la familia le pasan todas las desgracias que podrían sucederse en una familia mal avenida), pero no así en sus partes. Se hace complicado, de hecho, escapar de la idea de que, en ocasiones, los personajes están hablando de ti mismo. 

 La dirección actoral es perfecta, aunque ya comentó Vera que con un reparto así lo más eficaz era dejarlos hacer. Este reparto está encabezado por, como hemos dicho, Amparo Baró, a la que le sigue su hija ficticia y fiel heredera de su “fortuna” y carácter, Carmen Machi (Barbara). Lo que hacen estas dos mujeres en el escenario, y la facilidad de esta última para pasar de una escena con el drama más profundo a otra, tras un brevísimo oscuro, mucho más ligera, es impresionante. Y por si fuera poco, en ese oscuro de segundo y medio (y esto es algo que pude ver por estar en primera fila…) fue capaz de correr a la mitad del escenario y recoger una pinza del suelo. Se trata del mejor duelo interpretativo que he tenido la suerte de presenciar encima de unas tablas, y aunque no haya sido posible que entraran en esta edición de los Premios Max, seguro estoy de que a los organizadores no se les olvidará este montaje a la hora de premiar a las mejores actrices españolas el curso que viene.

El resto del reparto no desmerece en absoluto. Alicia Borrachero compone una excelente Ivy, Clara Sanchís brilla con luz propia, Sonsoles Benedicto vuelve a demostrar su extensa experiencia sobre un escenario, e Irene Escolar continúa forjando una carrera sobresaliente con apenas 23 años (su siguiente parada será “De ratones y hombres”, bajo la batuta del incombustible Miguel del Arco). El resto de intérpretes, en su mayoría masculinos, crean sus personajes de manera excepcional. Ninguno sobresale porque lo bordan todos. 

 Es, sin duda alguna, una obra de mujeres, y queda patente el tremendo conocimiento que el autor del texto, Tracy Letts, tiene sobre el mundo femenino. Parece que está hablando de su madre real, sus hermanas reales, su hija real, y es lo que más atractivo hace a este montaje: Está excepcionalmente escrito.

Asimismo, es una obra con la que Gerardo Vera, su director, ha cumplido con creces su no fácil objetivo (de hecho es el objetivo de todos los directores e intérpretes que existen, y generalmente, no suele cumplirse nunca) de que la persona que entra en el teatro sale no siendo otra, pero sí viendo el mundo que le rodea desde un prisma distinto. Él mismo lo dice: “lo que muestra Agosto es doloroso, pero al mismo tiempo es también esperanzador, porque quiere decir que las cosas van sucediendo, y a la larga, van mejorando, aunque nos metamos en ese pozo de amargura”.

Habría mucho más que hablar de este montaje. Mucho nos queda en el tintero, y prueba de ello es su extensa duración. Son tres horas y cuarenta y cinco minutos que no te permiten ni pestañear. Yo miré el reloj varias veces (malo, diréis, pero no), porque deseaba que, como fuera, las horas no acabaran.



Nota: 5/5
"Agosto (Condado de Osage)", de Tracy Letts. Reparto: Amparo Baró, Carmen Machi, Alicia Borrachero, Markos Marín, Miguel Palenzuela, Irene Escolar, Clara Sanchís, Sonsoles Benedicto, Gabriel Garbisu, Antonio Gil, Chema Ruiz, Abel Vitón. Dirección: Gerardo Vera. Duración: 200 minutos más intermedio.
Teatro Valle-Inclán, 11 de febrero de 2012.

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