miércoles, 5 de diciembre de 2012

No me hagas daño


Cuánto, y a la vez, qué poco se habla de la denominada “violencia de género”. Es un tema eterno, que siempre estuvo y siempre estará, que se tornó de candente actualidad hace unos años, y que vuelve a no interesar. Se ha convertido en algo habitual escuchar en los telediarios la muerte de otra mujer a manos de su pareja; ya no nos extraña. Paralelamente, se han escrito cientos de historias, dirigido mil y una películas y se ha intentado que el asunto recale en la sociedad. Por desgracia, siempre acabamos excusándonos en el socorrido “los trapos sucios de cada uno se solucionan en casa”.

“No me hagas daño” debería ser un montaje de obligado visionado para todo el mundo. Tiene sus más y sus menos, pero eso no significa que no pueda entenderse la historia ni el mensaje que trata de transmitir. No sólo se queda en lo que ya sabemos desde niños (“pegar es malo”); da un paso más allá e invita a la movilización, a que haga algo al respecto quien pueda hacerlo, quien se encuentre cerca de una situación así. No nos parece este blog un espacio de aleccionamiento para nadie y no entraremos más en materia, pero sí consideramos necesario comentarlo.

Es la historia de Luisa, un personaje imaginario y que resulta tan real, una mujer maltratada por un marido al que ama profundamente, una mujer con miedo y en soledad, sin ayuda. Él no responde al típico perfil del maltratador –si existe algo así-, sino que se trata de un aclamado profesor de universidad casado con una persona cuyos defectos le irritan profundamente.

En paralelo, tenemos a la hija de ambos, otra víctima que acaba por marcharse de casa cuando ya no es capaz de soportar que su madre no tramite una denuncia de una vez por todas; vemos también a un mediador familiar consciente de que gracias a su tratamiento el maltratador podrá verse libre de la cárcel; y a Charo, una joven latinoamericana aspirante a actriz, que cuando todo parece que ha terminado toma el testigo de Luisa, dando un comienzo distinto a la misma historia.

Nos resulta muy complicado criticar teatralmente una historia tan impactante, más aún cuando los personajes están tan sumamente llenos de emoción y cuando se lleva cada escena hasta un límite del que a los propios actores les cuesta recuperarse. Nos faltan palabras para describir el maravilloso y sobrecogedor trabajo de Maiken Beitia. Para preparar y retratar un personaje así no basta con quedarse sólo en la superficie, y eso se nota en que días después se nos siguen poniendo los pelos de punta. Sandra Ferrús ofrece un sobresaliente paralelismo a Luisa. Juntas son lo mejor del montaje.

El resto de interpretaciones, por desgracia, no están a la altura ni de la historia ni de las dos mujeres que ya hemos mencionado. El personaje de Paula no acaba de convencernos en sus maneras; nos recuerda peligrosamente a las niñas de las series para adolescentes que están tristes, pero enrabietadas, por causas tan trágicas como un suspenso o un sms del que no se recibe respuesta. No nos creemos que el personaje haya vivido todo lo que dicen. El maltratador sí está más conseguido, aunque la cansina entonación hace que sus monólogos resulten algo tediosos; acaba todas las frases en la misma nota, lo que resta melodía a unos pasajes muy bien escritos y que deberían ser mucho más cantados. Por último, al mediador familiar casi ni éramos capaces de entenderlo, aunque interpretativamente no estuviese mal enfocado.

Entendemos, que no excusamos, que la obra se presentó en la Sala Pequeña del Teatro Español, una maravilla de espacio en la que el público se sitúa a ambos lados del escenario, a veces a menos de un metro de los propios actores. Esto hace que cuando salen de gira (y eso que el Gayarre es de los pequeños) mantengan la tónica del antes suficiente susurro y los espectadores no sean capaces de escucharles ni desde la décima fila.

La historia está escrita con apabullante sensibilidad, y lo único que echamos en falta es un comienzo más calmado, no entrar tan rápido en materia. Al público no le da tiempo a reaccionar y para cuando consigue situarse en la trama, se ha contado demasiado. Tiene aun así un grueso y distintivo punto a su favor: el maltratador, como reseñábamos antes, responde a un perfil distinto al imaginado por una persona corriente, y el autor le ha aportado cierta humanidad que no vemos en otras historias sobre el mismo tema; podría enriquecerse aún más el personaje, aunque entendemos que a la hora de escribir, es muy complicado dotar de humanidad a un maltratador.

Por supuesto, no haría falta reseñar, pero lo hacemos, el sobresaliente acierto de centrar la obra en los actores y sus interpretaciones, con sólo dos sillas como decorado, sin jugar apenas con las luces ni sonido. Pensamos que tampoco sería lógico representarla de otra manera; y nos aventuramos a afirmar que resultaría incluso irrespetuoso. Genial el baile final con el necesario mensaje.

Desconocemos si seguirá de gira por mucho tiempo, o si su parada en Pamplona se debía a la procedencia de su protagonista; si se acerca a su ciudad, por favor, llenen el teatro y reflexionen. La historia lo merece, y se puede hacer mucho más de lo que parece al respecto.

Valoración: 3,5/5
“No me hagas daño”, de Rafael Herrero. Reparto: Maiken Beitia, Alfonso Torregrosa, Olaia Gil, Sandra Ferrús, Isidoro Fernández. Dirección: Fernando Bernués. Duración: 95 minutos.
Teatro Gayarre, 26 de noviembre de 2012.

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