sábado, 10 de noviembre de 2012

Luces de bohemia



“Luces de bohemia” es uno de esos espectáculos que cualquier amante del teatro ha de ver, y su personaje principal, Max Estrella, uno de los más codiciados y estudiados por cualquier actor y analista teatral.

Valle-Inclán afrontó el texto desde una postura muy crítica hacia la sociedad del momento, en la que el sistema político de la restauración no funcionaba, al ir los políticos por un lado y el resto de los ciudadanos por otro; curioso cómo observamos una rabiosa actualidad en esta versión de la compañía La Perla 29. Como ya se sabe, “Luces de bohemia” es uno de los principales representantes del género esperpéntico, con el que se utilizaba la sátira para denunciar los excesos del momento, bajo el reinado de Alfonso XIII.

La repercusión de la obra (en un principio publicada en una revista por fascículos) fue tal que la censura no permitió su representación hasta 1970 en Valencia, si bien antes había conseguido ponerse en pie en París.

Cuenta la historia de la última noche de Max, tras haber sido despedido de su trabajo en un periódico. Compra un boleto de lotería que resultará premiado, y tras varias trifulcas contra el orden y demás ciudadanos, acabará detenido en la Delegación. Más tarde seguirá su andadura por Madrid, entre conversaciones con Rubén Darío y una joven prostituta. Muere al fin en el quicio de la puerta de su casa, tras definir qué es el esperpento, y ni después de muerto puede descansar en paz, pues aparte de robarle el décimo premiado, se empieza a comentar que sólo sufre catalepsia. Tras el entierro, tanto su mujer como su hija se suicidan.

Como vemos, es una tragedia y una historia límite, encuadrada por supuesto en el momento en que se escribió, y bajo un manto de exageración, pero que creó un nueva manera de escribir y de analizar la realidad española, deformándola.

Cuando asistimos a un espectáculo esperpéntico (al igual que a una obra de Pinter o Beckett, por nombrar otros autores de estilo propio), se ha de ir preparado con antelación. Hemos de saber qué se nos va a contar y cómo debemos entender cada escena. El esperpento aporta sorpresa y falta de lógica en el espectador, a pesar de que la estructura de 15 escenas no resulte complicada de comprender. Se utiliza la técnica que comentábamos de la deformación, pero no para embellecer la situación o el personaje, algo que podría hacerse perfectamente, sino para degradar a ambos. Es muy común que algunos personajes aparezcan con rasgos de animales (cerdos, perros, etc.) y que, también, se humanice a los animales. Si fueran casos muy concretos no resultaría desagradable al público, sino hasta gracioso, pero al ser una tónica dominante, lo grotesco se adueña de los espectáculos, consiguiendo que reine la incomodidad. Es donde aflora la crítica feroz de Valle-Inclán; plantea el resultado que tiene en la sociedad el obsoleto sistema de la España de entonces.

En esta ocasión, es de agradecer el planteamiento que esta compañía catalana ofrece a la obra. Cuando se representa un texto tan complicado a un público cada vez menos acostumbrado al castellano antiguo, lo que resulta lógico por otra parte, se le ha de acercar o actualizar. No se nos va de la cabeza aquel montaje del Teatro del Temple que no consiguió precisamente esto, y cuyo espectáculo era complicadísimo de digerir; una especie de lectura dramatizada de un texto así es feroz para el espectador.

Aquí, además de regalarnos los actores muy notables interpretaciones (no todos), curiosamente mejor en general los jóvenes que los más longevos, es el planteamiento realizado lo que nos convence más. Se trata de una adaptación muy respetuosa con el original, para lo que es necesario aportar toques de frescor al montaje, como dos o tres canciones muy bien elegidas e interpretadas que permiten respirar al espectador, o cambios de escena tan sutiles y curiosos como los que se suceden, en los que parte del mobiliario permanece en el escenario durante la siguiente escena y son los propios actores los que van “limpiándola”.

También el trabajo de iluminación y el decorado en general es original a la vez que coherente con la historia (el ambiente de taberna, cómo se utiliza la barra de la misma para simular la Diputación…). Sin embargo, y aunque la caracterización de la multitud de personajes que aparecen está muy conseguida, a veces las interpretaciones de los actores no consiguen hacernos diferenciar cuándo hacen de un personaje y cuándo de otro. Fallo también en ocasiones tanto acento catalán para representar a madrileños de pura cepa como los que aparecen en la obra.

Quitando esos dos apuntes, se trata de un planteamiento muy correcto y entretenido de un clásico obligado para todo amante del teatro.

Valoración: 3,5/5
“Luces de bohemia”, de Ramón María del Valle-Inclán. Reparto: Lluís Soler, Xavier Boada, Màrcia Cisteró, Manel Dueso, Camilo García, Marissa Josa, Jordi Martínez, Jacob Torres. Dirección: Oriol Broggi. Duración: 110 minutos.
Teatro Gayarre, 31 de octubre de 2012.

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