martes, 10 de enero de 2012

Desaparecer



Año nuevo, vida nueva, dicen algunos. Para nosotros, 2012 se presenta muy teatral, y para comenzarlo con ganas, ya el pasado sábado 7 de enero pudimos asistir a uno de los espectáculos más sonados de la temporada teatral actual española, “Desaparecer”, dirigida por Calixto Bieito, y basada en los cuentos de terror de Edgar Allan Poe.

Siendo Bieito uno de los directores teatrales más exitosos de los últimos tiempos, habiendo dirigido montajes por todo el mundo, era ésta una representación que nos interesaba especialmente. Además, la crítica alababa la interpretación de Juan Echanove, actor que, como el buen vino, parece que va mejorando con los años.

Sin embargo, hemos de admitir que salimos del teatro con una sensación ciertamente fría. No fue por aspectos técnicos o interpretativos del montaje, pues cuanto menos, nos parecieron curiosos y muy cuidados. Fue más bien por la obra en sí, demasiado pausada, con excesivos simbolismos que a poca gente parecían quedarle muy claros.

El primer punto a su favor que debemos comentar es el propio tema de la obra, curioso cuanto menos. El texto está basado, como decimos, en cuentos de Edgar Allan Poe, que en su mayoría son poemas. Debido a lo profundo y lo complejo de los mismos, es cierto que se necesita cierta pausa para conseguir comprenderlos bien, aunque si ya de por sí los poemas son obtusos, y el ritmo del montaje es extremadamente pausado, los espectadores pueden llegar a un punto tal de sopor que ya no habrá giro inesperado que los vuelva a centrar.

Mentiríamos si dijéramos que nada nos gustó. El eje central de la obra y único relato de la noche en prosa, “El gato negro”, nos dejó en más de una ocasión con la boca abierta al observar cómo Juan Echanove se convertía en el narrador en primera persona del relato, sin limitarse a recitarlo. Adquiría con ello las maníacas poses del protagonista y su locura incontrolada. Asimismo, el cierre del espectáculo, con “El cuervo”, también fue más que correcto.

La ambientación es otro aspecto inmejorable del montaje que tratamos. El cortafuegos (o telón de acero) se encontraba bajado cuando entramos en la sala, y al comenzar la representación dejó escapar tal cantidad de humo que subió hasta el “gallinero”, tercer piso del Teatro Gayarre. De entre la humareda aparecían los dos intérpretes: Echanove y Maika Makovski, cantante valenciana que otorgaba la parte musical a la obra, además de recitar un poema en inglés.

Según nuestro punto de vista, la interpretación cantada de Maika era excelente, no así la parte instrumental. Está bien que el piano se toque fuerte (se aporree, incluso) para otorgar cierta intriga a momentos concretos de la historia, pero si después de una hora ininterrumpida continúas al mismo nivel de volumen, lo único que consigues es que al público le apodere un terrible dolor de cabeza. Al ocurrir esto, por tanto, sólo en el aspecto instrumental, y no en el vocal, intuimos una leve falta de sensibilidad en el piano (poseerla es algo muy difícil de conseguir, por otra parte, si a la vez estás cantando, dando patadas en el suelo y golpeando la rodilla con la muñeca para que suene una pulsera de cadenas, todo marcando el ritmo de la música).

Por otra parte, tantísimo simbolismo, como decimos, era inalcanzable por la inmensa mayoría del público, que incesantemente miraba sus relojes anhelando llegar al final cuanto antes, a pesar de que el montaje no llegó a los 80 minutos de duración. Uno de ellos, para que nuestros improbables lectores saquen sus propias conclusiones, era la relación amorosa más allá de la muerte entre los dos personajes, a pesar de que en ningún momento existía contacto visual entre ambos. Parecía, de hecho, que cada uno interpretaba una obra distinta, sin mostrar, probablemente a posta, ni un mínimo de empatía entre los intérpretes. Esto lo sabemos porque hemos hecho cierta investigación, y no porque en algún momento se plasmara o se intuyera en la obra dicho aspecto.

A pesar de todo, para nosotros el montaje habría sido más que correcto si el ritmo hubiera sido más ligero y el número de poemas descendiera y dejara paso a más cuentos en prosa. Se agradece, sin embargo, ver una obra que se adentra en terrenos poco explorados en teatro y que nos da que pensar una vez salimos. El tema que mentalmente seguimos debatiendo, en este caso, es el principio de perversión (presentado en “El gato negro”), según el cual todo el mundo persigue la perversión y lo prohibido simplemente por poseer tal categoría. No compartimos el pensamiento tan drástico de Poe, aunque claro queda que las historias están magnificadas para que la idea cuaje más en el público.

Si tuviéramos que quedarnos con un solo aspecto de “Desaparecer” sería, sin duda, con Juan Echanove, todo un monstruo interpretativo al que, según nuestra opinión, le habría ayudado terriblemente otro texto o una distinta elección de los poemas a recitar.

Nota: 2/5
"Desaparecer", de Edgar Allan Poe, Calixto Bieito. Reparto: Juan Echanove y Maika Makovski. Dirección: Calixto Bieito. Duración: 80 minutos.
Teatro Gayarre, 7 de enero de 2012.

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