Cuánto
falta por aprender a esta nueva generación de actores televisivos (no a todos,
por supuesto) que asoma inmerecidamente por las pantallas de nuestros
televisores, y a la vez, cuánto por reconocer a intérpretes algo más maduros,
perfectos en su expresión tanto física como hablada. Seguramente pocos de los
primeros se habrán acercado al céntrico teatro madrileño Arlequín a disfrutar
del espectacular monólogo “Cinco horas con Mario” de Delibes, y de su Carmen
Sotillo, una incomparable Natalia Millán.
Reflejo
de una época, una de las más complicadas en España, el archiconocido “Cinco
horas con Mario” es, a simple vista, un monólogo-conversación entre una viuda y
su marido recién fallecido, de cuerpo presente. Estamos en 1966, y la mujer
vela por su esposo cuando todas las visitas se han marchado. En la pieza iremos
descubriendo conflictos, reproches e inseguridades del matrimonio y de ella
misma, así como un análisis del enfrentamiento entre las dos Españas de aquel
entonces.
El
decorado del montaje resulta muy atractivo, y tremendamente coherente con la
historia y el tiempo en que se enmarca la obra, a la vez que su sobriedad ayuda
a centrar al público en el imponente texto. Además, la iluminación está
justamente calibrada, ensalzando ciertos momentos y haciendo más íntimos otros,
sin que el espectador se dé cuenta siquiera de que está modificándose. Aunque parezca
algo poco importante, sería interesante saber hasta qué punto los cambios de
iluminación atrapan la atención de forma involuntaria, pues seguro que no es
poco.
Por
si no fuera suficientemente complicado el reto para una sola intérprete, ha de
lidiar con el conocimiento de que la obra fue “propiedad” de Lola Herrera
durante casi treinta años, convirtiéndose en su montaje cumbre y, en algunos momentos,
confesión íntima sobre su propia vida (recomendamos la excelente película “Función
de noche”).
Natalia
Millán no sólo supera con creces las adversidades de este complejo papel, sino
que consigue transmitir una naturalidad que asusta en Carmen Sotillo, dándole
tanto el tono como la apariencia física idóneos. Los movimientos, tan
sencillos, llevan un trabajo detrás que poca gente podrá imaginar; y la dicción
es simplemente perfecta. Como curiosidad, maravilla escuchar por una vez las “LL”
bien pronunciadas, como antaño, algo por desgracia ya perdido.
No
mucha gente conoce, fuera del ámbito teatral, a esta gran actriz. Durante su
carrera ha ido tocando todos los palos; desde la Compañía Nacional de Teatro
Clásico hasta protagonizar musicales como “Cabaret” o “Chicago”, pasando por
otras joyas como “El mercader de Venecia” o “Anfitrión”, de Plauto. Viéndola ahora
en este “Cinco horas con Mario” parece que el papel esté hecho para ella, a su
medida, y que lleve toda la vida encarnando la desesperación y la angustia de
esta triste e insatisfecha mujer.
Si
bien es cierto que el texto es largo, tedioso de aprender y en ocasiones muy
centrado en situaciones cotidianas, simbólicas, acompañantes de la época y no
poseedoras de acción, da mucha pena ver el teatro prácticamente vacío y que tan
poca gente pudiera disfrutar de tanto talento unificado en una magnífica intérprete
defendiendo con maestría una obra muy nuestra.
Valoración:
4/5
“Cinco
horas con Mario”, de Miguel Delibes. Intérprete: Natalia Millán. Directora:
Josefina Molina. Duración: 105 minutos.
Teatro
Arlequín, 29 de diciembre de 2012.
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