jueves, 7 de febrero de 2013

Cinco horas con Mario


 


 Cuánto falta por aprender a esta nueva generación de actores televisivos (no a todos, por supuesto) que asoma inmerecidamente por las pantallas de nuestros televisores, y a la vez, cuánto por reconocer a intérpretes algo más maduros, perfectos en su expresión tanto física como hablada. Seguramente pocos de los primeros se habrán acercado al céntrico teatro madrileño Arlequín a disfrutar del espectacular monólogo “Cinco horas con Mario” de Delibes, y de su Carmen Sotillo, una incomparable Natalia Millán.

Reflejo de una época, una de las más complicadas en España, el archiconocido “Cinco horas con Mario” es, a simple vista, un monólogo-conversación entre una viuda y su marido recién fallecido, de cuerpo presente. Estamos en 1966, y la mujer vela por su esposo cuando todas las visitas se han marchado. En la pieza iremos descubriendo conflictos, reproches e inseguridades del matrimonio y de ella misma, así como un análisis del enfrentamiento entre las dos Españas de aquel entonces.

El decorado del montaje resulta muy atractivo, y tremendamente coherente con la historia y el tiempo en que se enmarca la obra, a la vez que su sobriedad ayuda a centrar al público en el imponente texto. Además, la iluminación está justamente calibrada, ensalzando ciertos momentos y haciendo más íntimos otros, sin que el espectador se dé cuenta siquiera de que está modificándose. Aunque parezca algo poco importante, sería interesante saber hasta qué punto los cambios de iluminación atrapan la atención de forma involuntaria, pues seguro que no es poco.

Por si no fuera suficientemente complicado el reto para una sola intérprete, ha de lidiar con el conocimiento de que la obra fue “propiedad” de Lola Herrera durante casi treinta años, convirtiéndose en su montaje cumbre y, en algunos momentos, confesión íntima sobre su propia vida (recomendamos la excelente película “Función de noche”).

Natalia Millán no sólo supera con creces las adversidades de este complejo papel, sino que consigue transmitir una naturalidad que asusta en Carmen Sotillo, dándole tanto el tono como la apariencia física idóneos. Los movimientos, tan sencillos, llevan un trabajo detrás que poca gente podrá imaginar; y la dicción es simplemente perfecta. Como curiosidad, maravilla escuchar por una vez las “LL” bien pronunciadas, como antaño, algo por desgracia ya perdido.

No mucha gente conoce, fuera del ámbito teatral, a esta gran actriz. Durante su carrera ha ido tocando todos los palos; desde la Compañía Nacional de Teatro Clásico hasta protagonizar musicales como “Cabaret” o “Chicago”, pasando por otras joyas como “El mercader de Venecia” o “Anfitrión”, de Plauto. Viéndola ahora en este “Cinco horas con Mario” parece que el papel esté hecho para ella, a su medida, y que lleve toda la vida encarnando la desesperación y la angustia de esta triste e insatisfecha mujer.

Si bien es cierto que el texto es largo, tedioso de aprender y en ocasiones muy centrado en situaciones cotidianas, simbólicas, acompañantes de la época y no poseedoras de acción, da mucha pena ver el teatro prácticamente vacío y que tan poca gente pudiera disfrutar de tanto talento unificado en una magnífica intérprete defendiendo con maestría una obra muy nuestra.

Valoración: 4/5
“Cinco horas con Mario”, de Miguel Delibes. Intérprete: Natalia Millán. Directora: Josefina Molina. Duración: 105 minutos.
Teatro Arlequín, 29 de diciembre de 2012.
 

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